Rufianesca

Ramón Pernas
Ramón Pernas NORDÉS

OPINIÓN

18 nov 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Adjetivo. Dícese de la actitud de los rufianes. Rufián, según el diccionario de la RAE: persona sin honor, perversa y despreciable. Seguramente se cumple aquí el viejo dicho castellano que establece que el hábito hace al fraile, aunque la frase se ponga en ocasiones por pasiva.

Gabriel Rufián tenía diez años cuando Barcelona fue el escaparate olímpico que se asomó a todos los televisores del mundo. Aquel verano acudió como siempre a Alcaudete, a la Bobadilla, en Jaén. Sus primos lo aguardaban con esa ingenuidad popular de cuando en agosto llega de nuevo el primo catalán que regresaba a sus raíces.

Aquel chaval es un converso del independentismo en su versión más radical que no es otra que la despreciativa de sus paisanos que todavía utilizan la palabra charnego como insulto.

Aquel joven soberanista, que rechaza la Constitución que prometió al tomar posesión como diputado -contradictio terminis- en el Parlamento español, representando en el corazón monárquico de la Carrera de san Jerónimo a un partido que rechaza a España y que lleva (ERC) el adjetivo republicano en su denominación de origen.

Rufián utiliza con frecuencia inusitada la tribuna del Congreso para vituperar, insultar y argumentar con chascarrillos más o menos soeces su discurso tabernario faltando gravemente a la tradición de un parlamentarismo que puede ser vitriólico y sarcástico sin descomponer la tesis infantilizando el contenido de las intervenciones. Es la voz de su amo, que mientras regala invectivas en tono desabrido a diestra y siniestra. Y su amo se sienta a su lado. Joan Tardá es su compañero de escaño, aunque Rufián más parece su dóberman que su colega de partido.

Esta vez, en su tradición de ofrecer su semanal intervención espectáculo, hizo gala de unas esposas de juguete, tal vez un objeto de fantasía sexual de sex shop cutre, para denunciar a los políticos presos que no presos políticos y amenazar al presidente del Gobierno de España de ser el próximo usuario del artefacto policial.

Y habrá que decir basta y señalar que el Congreso no es el patio de monipodio y que no ha lugar para actuaciones de monologuistas pretenciosos. Y que el nivel rastrero y delirante de las intervenciones de teatrillo escolar de Rufián no deben de tener lugar en la Cámara donde se legisla ordenada y cabalmente.

Marx denunció en su momento el leninismo como una grave enfermedad infantil del socialismo. Es difícil sospechar la ideología que subyace en el discurso rufianesco más cercano a los vodeviles del franquismo que a una dialéctica moderna de la sociedad contemporánea.

Rufián pretende molestar, provocar, sacar de quicio a los ciudadanos normales, al común, que ya no ríe sus chistes fáciles.

Es una pena que el catalanismo desde Madrid, presente este aspecto de farsa y lenguaje viejuno y tabernario,

Es la rufianesca, el lenguaje vil del diputado Rufián, que no habrá que difundir y amplificar: Lo malo es que hay más rufianes silenciosos