Al fin. Después de un año con tortícolis de tanto mirar a Cataluña, empieza el 2018 y hay Mundial. Amenazas absurdas aparte, España estará en Rusia. 2017 fue tan raro, porque no hubo Mundial ni Eurocopa. Así no se puede vivir. De ahí Trump y Puigdemont. Extravagancias dolorosas. La gente se vuelve muy extraña cuando no hay nada que llevarse al brazo en los meses de verano. Necesitamos el opio del fútbol. Menos elecciones y más selecciones. Va la quiniela, con todo lo difícil que es hacer quiniela en un mundial.
Un campeonato que se resuelve a la brava en siete partidos: tres partidos, con el colchón mínimo de la liguilla, y otros cuatro a cara de muerte. Las más fuertes: España y Alemania. Van sobradas. Tan sobradas que asustan y provocan vértigo. España tiene dos equipos y solo hay un jugador que no puede fotocopiar, único, Iniesta de mi vida. Ojalá llegue al verano en buen estado de forma. Deberíamos meterlo en formol. Aquel balón de oro tenía que haber sido de él. Tremenda injusticia le hicieron. Alemania, otro tanto de lo mismo. Un equipo para volver a ganar el título. Detrás husmearán para hacer semifinales Argentina e Inglaterra. Sí, Inglaterra. Pueden llegar lejos al fin si se lo creen. Y Argentina es Messi. Avanzará si él está bien y sientan a Mascherano, claro. Cerca de los grandes estarán Brasil, que tiene abierto el apetito de la venganza, y la potente Bélgica, que tiene un once para meter miedo y goles. Francia también viajará a Rusia sobrada, pero todavía hay que entender a qué juega. Ojo a Uruguay. El paisito tiene mordedores, como diría Mairal. Fuerte atrás y delante. Menos mal que este año tenemos fútbol, más allá de la Champions. Otro verano sin el colocón del fútbol nos podría dejar una nueva montaña de caos planetario.