Los entrañables quioscos

Ramón Pernas
Ramón Pernas NORDÉS

OPINIÓN

20 ene 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Ayer cerró el penúltimo quiosco de mi barrio y este artículo quiere ser una suerte de obituario por la desaparición de un auténtico templo de la prensa escrita. Su cierre no fue por jubilación de sus dueños. Ha sido porque el fin de un ciclo está a punto de consumarse.

En Madrid, la ciudad en donde vivo, la clausura de quioscos de prensa está siendo una pandemia que asola la antaño fértil oferta de prensa escrita, que cotidianamente convocaba a los vecinos en un oficio ritual que consistía en comprar diariamente el periódico y, acaso una vez por semana, o tal vez el sábado o el domingo, una revista ilustrada.

Los quioscos eran el faro ilustrado, los guardianes de la cultura menor de los barrios, un punto de encuentro instalado en medio de la calle o en una esquina, junto a un chaflán de un lugar paseable.

Cuando hice de la casa que habito mi hogar, lo primero que busqué fuera de la finca fue un quiosco cercano. Mi barrio crecía y en él brotaban los lugares en donde poder adquirir cada mañana los periódicos que me aguardaban para ser leídos. Pero el tiempo fue pasando y el signo de los tiempos mudó las rutinas largo tiempo seguidas, y aparecieron escaparates tecnológicos que instalaron los diarios en nuestros ordenadores domésticos, e incluso en los teléfonos móviles, que nos escriben las noticias depositándolas en nuestros bolsillos.

Y, como en la canción de los Buggles, «el vídeo mató a la estrella de la radio»; y los viejos y pintorescos puntos de encuentro, donde un día, esperando la cola, hacíamos tertulia con otros clientes vecinos que acudíamos a comprar la prensa nuestra de cada día, fueron languideciendo paulatinamente.

Primero incorporaron tabaco a su oferta, luego un amplio surtido de chucherías. Y así se fueron convirtiendo en una suerte de pequeño bazar en donde lo de menos era vender diarios y semanarios.

Luego comenzaron a cerrar por no poder defender la venta de su mercancía de palabras. Uno tras otro fueron echando la persiana definitiva.

Con el cierre de Tiempo e Interviú se puso fin a la transición democrática, e iniciamos una nueva era donde las posverdades y las fake news sentaron sus reales, manipulando la información libre y honesta de los diarios y pervirtiendo la opinión escrita. La crisis publicitaria y la baja difusión fueron los certeros puñales clavados en la lenta agonía de los periódicos.

Vivimos en la nueva era de la desinformación o de la información banal, que preside la cultura espectáculo. Las noticias nos la cuentan de otra manera, y la prensa libre es menos libre cada día.

Ayer cerró el quiosco que estaba al final de mi calle. Tengo la fortuna de que todavía queda el más cercano a mi casa, pero cada uno que desaparece es un pequeño atentado a la libertad de expresión. Aquí dejo mi llanto de papel por los viejos y entrañables quioscos de mi civilizado paisaje urbano.