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Está claro que Donald Trump no tenía ganas de ir a Canadá a la cumbre del G7. Incluso pensó en enviar al vicepresidente Pence en su lugar; hasta que sus asesores en la Casa Blanca le explicaron que no podía hacer eso. El G7 es un símbolo de poder, un encuentro de autoafirmación de las potencias económicas, el 60 % del PIB mundial reunido en un mismo punto, por lo general un lugar tranquilo y hermoso -y últimamente alejado de donde puedan aglomerarse los manifestantes.
Trump tenía a mano una excusa fácil: la necesidad de prepararse para su histórico encuentro en Singapur con el líder norcoreano, Kim Jong-un. Pero habría sido una falsa disculpa. Lo cierto es que Trump odia las cumbres multilaterales como la del G7. Son encuentros donde el foco del interés no está exclusivamente en él, sino que se reparte con otros dirigentes importantes. Son reuniones donde, lógicamente, reina el multilateralismo, los acuerdos a varias bandas que obligan a todos, los comunicados conjuntos… Justamente las cosas que no le gustan nada a Trump, a quien solo le interesa la negociación bilateral, el mano a mano del que emergen un ganador y perdedor claros.
Para terminar de aburrir a Donald Trump, la agenda de la cumbre está, además, marcada por el anfitrión, Justin Trudeau, y además de ser más económica que política viene con un tinte muy progresista (igualdad de género, cambio climático, economía inclusiva…) Con el pretexto del viaje a Singapur, Trump piensa, al parecer, saltarse la mayor parte de eso y concentrarse en el mensaje que ya ha venido anticipando en las redes sociales: aranceles, una de sus armas predilectas en ese mundo suyo de ganadores y perdedores. Es sabido que Trump tiene fijación con la balanza comercial, con la diferencia entre exportaciones e importaciones, entre otras cosas porque es una medida muy sencilla y visible de «quién va ganando». La economía es algo mucho más complejo, y un déficit en la balanza comercial en un producto no siempre es malo por sí mismo para un país, pero Trump está obsesionado por corregir todos los desequilibrios que afectan a Estados Unidos.
Ni que decir tiene que este proteccionismo va directamente en contra del espíritu del G7, así que será un encuentro frío, un cruce de reproches más o menos explícitos. Por eso el presidente norteamericano ha dejado caer ya que Rusia debería reincorporarse al grupo: es la vieja táctica del ataque como defensa. Los otros países, por su parte, han insinuado represalias comerciales. La medida de la tensión real la tendremos en el comunicado final, y en su redacción, y en si se redacta. En el G7 del año pasado en Taormina (Italia), tan solo se logró consensuar una resolución de última hora que mencionaba de mala gana la promoción del libre comercio. Si la de este año es la primera cumbre del G7 sin comunicado conjunto, esto podría querer decir que la cumbre ha fracasado.