Las terrazas

Ramón Pernas
ramón pernas NORDÉS

OPINIÓN

21 jul 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Escribía el genial Julio Camba que frecuentaba las terrazas de Londres, las de Berlín y como no las de Paris, para conocer las ciudades en donde vivía, para pulsar el alma urbana a través de las conversaciones escuchadas, para sentir, en suma, los ruidos del universo.

Frecuento el consejo no pedido del gran periodista, y cuando tengo ocasión, me siento en una terraza no solo para escuchar los sonidos de las ciudades sino para ver pasar la vida.

El «terraceo» es el mas recomendable ejercicio cultural que antecede a un reivindicado dolce far niente. Y si la cerveza está fría o el vino blanco es semi seco y helado, en una mañana de verano, o al declinar la tarde en primavera, la sensación experimentada es similar al concepto aprendido de felicidad.

Y la vida va pasando en los cuerpos jóvenes y en la edad provecta de los paseantes mayores, y quien contempla la panoplia abierta de la gente que pasa, quien mira sin ser visto desde el anonimato compartido, se siente parte del universo urbano que tiene en las terrazas su punto de encuentro.

El placer de tomar un gin tonic en una terraza nocturna bajo un cielo estrellado, adivinando perseidas en el par de noches de San Lorenzo agosteñas, no tiene parangón, es un perfecto ejercicio de armonía cósmica.

Rindo culto a las terrazas en las ciudades que visito y me entreno sin desmayo en la ciudad en donde habito.

Recuerdo emocionado una terraza del sevillano barrio de Santa Cruz cuando una mañana luminosa y amable de abril, sentí literalmente que levitaba, sentado un las mesas de calle de un pequeño bar en el que me sirvieron una ración de jamón y un par de copas de vino fino, al igual que en una calle comercial de Murcia en donde compartí conversaciones que contaban los ruidos de la ciudad.

Recuerdo muchos rincones urbanos entrevistos desde las terrazas en las que me he sentado a oír los latidos de la ciudad que me acogía. No puedo olvidar la hilera de terrazas a cada cual mas confortable del viejo puerto, el Nyhavn de Copenhague, o las de la plaza de la Bolsa en Trieste o mis amadas y preferidas terrazas romanas que circundan el Panteón.

En mi educación sentimental están los lugares junto al puerto de Foz, o el Cantón ribadense, las terrazas del malecón de mi pueblo, de Viveiro, o las marineras y entrañables del Barqueiro, de Celeiro, de Ortigueira. Las señoriales de la Marina coruñesa, y que se yó… son como un tatuaje en mi memoria, a las que debo un homenaje de gratitud, por permitirme soñar con la vida que pasa frente a mi, por delante de mi, a mi lado.