Laplace

Carlos López
Carlos López EN LÍNEA

OPINIÓN

14 sep 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

El 2 de octubre de 1977 este periódico publicaba por primera vez Los ocho errores de Laplace. Fue un acierto. Ocho aciertos, si me apuran. Irrumpía en nuestra escena el personaje al que su progenitor, con el correr del tiempo, denominaría «pequeño hombrecillo ingenuo de grandes ojos soñadores». Jean Laplace había nacido en la ciudad francesa de Annecy, conocida como la Venecia de Saboya por sus canales. Por si no había oído la genial humorada, gustoso le hubiese contado aquello de Miguel Gila de que en Venecia los terrenos se venden por litros cuadrados. 

Laplace vivió siempre en la ciudad que lo vio nacer, recostada a los pies de los Alpes donde Jean es una de sus cumbres, un gallardo ochomil. No precisaba moverse mucho de allí, pues ya suficientemente viajero era el pequeño hombrecillo ingenuo de grandes ojos soñadores: su figura de trazo claro, su rostro de líneas sin titubeo se pasearon por rotativos del mundo entero desde Europa hasta África, desde América hasta Asia. Con vocación de quebrador de cráneos, Laplace nos somete día tras día a la tarea de encontrar las ocho diferencias que sibilinamente introduce entre dos dibujos, una suerte de juego del escondite que se torna divertidísimo merced al fino humor de sus viñetas, hermanado con el de sus compatriotas Bosc, Chaval o Sempé. Al pie de sus dibujos no figura leyenda alguna, y el gag se desarrolla sin palabras. En todas las latitudes ríen con el pequeño hombrecillo ingenuo de grandes ojos soñadores que no habla, pues el silencio es un idioma universal.

En 1987 el poeta Joan Brossa le dedica una sextina a Laplace. El vate catalán, autor de poemas visuales, supo sin duda valorar el gran mérito de aquellos poemas visuales humorísticos. En un inspirado verso, que hoy cobra un melancólico significado, sentencia: «La vida es un dibujo con tantos errores...». Y, a modo de coda, nos alecciona: «Tenemos que engañarnos a nosotros mismos con buen ingenio». Pues bien; tratándose de Laplace, pienso que la noticia de su óbito es un error. Engañémonos a nosotros mismos con buen ingenio y proclamemos: Jean Laplace no ha muerto.