Lo pinten como lo pinten, Bruselas ha traicionado a España. El equipo de Michel Barnier sacrificó la dignidad de uno de sus socios para cerrar el acuerdo del brexit. Y lo ha hecho con alevosía. Introduciendo el famoso artículo 184 en el texto de salida sin consentimiento español. Su nomenclatura es lo suficientemente retorcida para que el Reino Unido lo interprete a su gusto para seguir manteniendo el control sobre Gibraltar.
Alemania imprimió urgencia a las negociaciones, Irlanda convirtió su causa en una bandera y el francés cerró filas con Berlín y Dublín. Eso sí, cuando hizo falta, cedió a la demanda caprichosa del Reino Unido sobre el Peñón. May esperaba esta oportunidad desde que arrancó la cuenta atrás del divorcio para anotarse un gol y resistir las embestidas de sus opositores. No se hizo a costa de la industria del automóvil alemana, la frontera irlandesa o los bancos franceses. La Comisión ha preferido ignorar las legítimas demandas territoriales de España.
Bruselas envía un mensaje muy peligroso a los ciudadanos premiando a quienes se van, a quienes desprecian y socavan el proyecto europeo, castigando por contra a quienes, a pesar de sus debilidades, siempre lo han defendido sin importar el color de su gobierno. Este error garrafal podría pasarle factura. ¿Con qué legitimidad pedirá a los españoles que acudan a las urnas en las próximas europeas? ¿Por qué habrían de acudir a la llamada de quienes dicen proteger sus intereses pero no lo hacen?