El canciller alemán Otto von Bismarck diferenció ya a finales del XIX entre quienes ejercen la política con el único objetivo de mantenerse en el poder y quienes se dedican a ella para prestar un servicio a su país. «El político piensa en la próxima elección; el estadista, en la próxima generación», sentenció. Décadas después, el británico Winston Churchill expresó la misma idea afirmando que «el político se convierte en estadista cuando comienza a pensar en las próximas generaciones y no en las próximas elecciones».
Un rápido análisis de la conducta del presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez, nos llevaría a concluir que, entre esos dos grupos, estaría encuadrado en el de los que piensan en las próximas elecciones, y no en las próximas generaciones de españoles. Ciertamente, un hombre que llegó al liderazgo del PSOE presentándose como la alternativa liberal al izquierdista Eduardo Madina, que anunció su candidatura a la presidencia del Gobierno bajo una enorme bandera de España, que repudió a Podemos como un partido bolivariano y populista pero luego se alió con esa fuerza política y definió a España como una «nación de naciones», que intentó posteriormente ser investido con el apoyo de los liberales de Ciudadanos y que acabó llegando a la presidencia del Gobierno de la mano de los independentistas que han protagonizado un golpe de Estado en Cataluña y de los herederos del que fue brazo político de ETA puede ser cualquier cosa menos un estadista. Quizá la de oportunista sea la definición que mejor le cuadre.
Pero, siguiendo a Bismarck y a Churchill, si bien es evidente que Sánchez no es un hombre de Estado que piense en las próximas generaciones, tampoco se le puede enmarcar entre los que piensan en las próximas elecciones. De hecho, los líderes regionales de su partido van a pagar muy caro en las autonómicas y municipales de mayo el escándalo de que Cataluña vaya a recibir en el 2019 más del 18 % de la inversión territorial del Estado, con un incremento del 67 % respecto a lo que le correspondió en 2018, mientras la inversión en Galicia, por ejemplo, caerá un 19 %. Todo ello, con el único objetivo de tratar de asegurarse el apoyo a sus Presupuestos de los partidos independentistas.
Sánchez ni siquiera piensa en las próximas generales. Premiar de una manera tan obscena la conducta delictiva e insolidaria de los secesionistas es un viaje sin retorno que deja al PSOE sin más posibles aliados que un Podemos en caída libre y los separatistas. Y una cosa es que Sánchez gobierne gracias a que una mayoría apoyó una moción de censura contra Rajoy y otra muy distinta que alcanzara tras las generales un pacto de investidura con quienes quieren acabar con España. Algo que se antoja imposible sin que se rompa el PSOE. Pero es que Sánchez no piensa ni en las próximas elecciones ni en las próximas generaciones. Solo piensa en sí mismo y en prolongar unos meses su estancia en Moncloa. Aunque sea a costa de premiar el golpismo y crear un agravio histórico e intolerable entre los españoles.