Cruzar el Rubicón no tiene marcha atrás

OPINIÓN

28 ene 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

Vaya por delante que el régimen dictatorial de Maduro no despierta en quien esto les escribe la más mínima simpatía. La deriva autoritaria, el descontrol económico, la corrupción rampante y la miseria intelectual del madurismo han hecho descarrilar de tal manera el proyecto socialista de Hugo Chávez que hoy no queda casi nada de aquel movimiento que ilusionó a amplias capas sociales de América Latina hace cerca de dos décadas. La actualidad va muy rápido y columnas como esta corren el riesgo de caducar antes de tiempo, pero en estos días se suceden los reconocimientos internacionales a Juan Guaidó, proclamado presidente por la Asamblea Nacional de Venezuela. Esto deja al país caribeño con dos presidentes nominales, aunque Maduro todavía mantiene el control efectivo del país, enfrentado a cientos de miles de personas en las calles.

No han faltado las voces, sobre todo de un determinado espectro político, que dicen ver detrás de estos acontecimientos la larga mano de Estados Unidos, que querría hacerse así, a través de un gobierno títere, con el control de petróleo que atesora Venezuela en la franja del Orinoco. Parecen creer estas almas bien pensantes que Rusia, China y Cuba ambicionan de Venezuela tan solo las arepas y los discos de salsa. En la era de las consignas fáciles y las fake news olvidan estas voces, además, que Venezuela tiene ahora mismo nada menos que 75.000 millones de dólares de deuda (si, han leído bien) contraídas con China, deuda que está garantizada por el petróleo a extraer en el futuro de esos yacimientos. Es decir, gobierne quien gobierne Venezuela el día de mañana, ese petróleo pertenece a los chinos, que ya han pagado por él. Resulta que los cambios de gobierno no hacen desaparecer las deudas internacionales por arte de magia, así que esa teoría no se sostiene. Oh, sorpresa. Es más probable, sin embargo, que el hambre, la miseria y el hartazgo contra el régimen sean los responsables de esta explosión contra Maduro y su sistema.

Por historia, por los lazos culturales, emocionales y económicos y porque hay casi 200.000 ciudadanos españoles residiendo en el país caribeño, España está obligada a ser quien llevé la voz cantante sobre Venezuela a este lado del océano y arrastrar a la Unión Europea con ella . El primer impulso moral es sumarse al reconocimiento de Guaidó, pero hay que saber antes que ese es un Rubicón que una vez cruzado no tiene vuelta atrás. Ambos bandos en liza en Venezuela transitan ya abiertamente por una vía donde la interpretación de las leyes y la Constitución es demasiado flexible, metidos en la brega para llevar el agua a su molino. Y de nada valen docenas de reconocimientos internacionales, que se suceden en cascada, si el Ejército venezolano, que es quien tiene la última decisión no se pronuncia claramente en un sentido. El riesgo enorme de partir el reconocimiento internacional de un país en dos es que al final se produzca asimismo una fractura interna, y esas fracturas internas suelen acabar resolviéndose por la fuerza. Nadie quiere ver una guerra civil en Venezuela. En España sabemos, por memoria amarga, qué sucede cuando hay dos bandos en liza y ambos tienen actores secundarios detrás. No caigamos una vez más en esa trampa, pero si al final el camino nos lleva hasta allí, temamos lo peor por Venezuela. Ojalá me equivoque.

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