Los independentistas se han atrincherado en sus cosas, es decir en la secesión, y con ello en la práctica se desentienden de la realidad política española. Se equivocan de medio a medio si piensan que así van a conseguir algo, pero allá ellos. El problema es que con su renuncia a defender su causa en el marco parlamentario y legal, dejan una Cámara en la que es imposible asentar mayorías políticas. El sobrepeso parlamentario del nacionalismo catalán les ha permitido poner Gobiernos y beneficiarse de ello. Ahora, con su desistimiento, los quitan. Si nada cambia en la votación de los Presupuestos, y nada hace pensar que vaya a ocurrir en paralelo al inicio del juicio por el desafío secesionista, a Pedro Sánchez no le quedará otra que convocar elecciones. Y llegados a este punto es preferible que sea cuanto antes. Para intentar disipar con la mayor urgencia posible este asfixiante ambiente político. Para pasar página de unas negociaciones que todo lo contaminan. Y para que las urnas pongan a cada uno en su sitio, que quizás sea la única forma de que pase el sarampión de la desmesura, la exageración, la manipulación e incluso el engaño a conciencia. Porque decir, como dijo ayer el PP, que en el manifiesto de Colón había «gran parte de veracidad» es reconocer que la ración de mentira era aún mayor. Esa estrategia quizás les ayude a ganar votos, pero, desde luego, no beneficia a España. Por eso, cuanto antes haya elecciones, mejor. Pero que nadie se llame a engaño. El Parlamento seguirá igual de fragmentado y polarizado. Por lo que podemos toparnos con otro bloqueo como el del 2016. Salvo que se produzca un cambio de cultura política que de momento no se avizora.