De Astaná a Nursultán

Francisco Ríos Álvarez
Francisco Ríos LA MIRADA EN LA LENGUA

OPINIÓN

BRENDAN SMIALOWSKI

23 mar 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

En junio del 2002 dedicamos un artículo de esta columna a los nombres de las capitales de Kazajistán. La decisión que el pasado miércoles tomó su Parlamento de dar a Astaná el nombre de pila del hasta entonces presidente del país nos lleva a volver sobre un caso que parece ideado para dificultar el aprendizaje de geografía por nuestros escolares.

El lío se debe a que en el país ha habido dos capitales y a los cambios de los nombres de ambas. La primera fue Almaty (‘manzanal’), que hace siglo y medio era solo una aldea de una región productora de fruta. El Imperio ruso la convirtió en un centro administrativo y en 1855 le dio el nombre de Vernoye (‘la fiel’), que con la Revolución Soviética pasó a mejor vida, como tantas cosas. A partir de entonces se denominó Alma Ata, que desde 1927 fue capital de la República Socialista Soviética de Kazajistán. Tras independizarse el país de la Unión Soviética, en 1991, la ciudad adoptó la forma kazaja de su nombre, Almaty.

En 1997, el presidente kazajo trasladó la capital a Akmola, una ciudad fundada en 1824 con el nombre de Akmolinsk, que cambió por el de Celinograd (‘ciudad virgen’) en 1961. Este le duró 30 años. Denominada Akmola desde 1991, el año de la independencia, la ‘tumba blanca’ se convirtió en Astaná (‘la capital’) en 1998, también por decreto del presidente Nursultán Nazarbáyev. En honor a este, el miércoles pasado fue rebautizada como Nursultán.

El cambio de nombre había sido propuesto al Parlamento ya en el 2008, pero Nursultán Nazarbáyev, por lo que se ve hombre modesto, se opuso y dejó la cosa para lo que entonces era el futuro, que debe de haber llegado, pues el mismo día que dejó la presidencia Astaná se convirtió en Nursultán por decisión unánime de los legisladores.

Es otro homenaje en vida al que fue primer secretario del Partido Comunista Kazajo hasta 1991 y hoy un milmillonario, cuyo nombre llevan desde colegios a centros comerciales, pasando por calles, plazas y un aeropuerto, y cuyo retrato es omnipresente en el país.

Nursultán, que ha encargado un alfabeto basado en el latino para que sus compatriotas dejen el cirílico, que empleaban desde 1940, es también el objeto de una ley que garantiza el respeto a su imagen incluso después de muerto.