La presidencia del Deportivo

Fernando Hidalgo Urizar
Fernando Hidalgo EL DERBI

OPINIÓN

César Quian

24 abr 2019 . Actualizado a las 18:33 h.

Presidir un club de fútbol como el Deportivo, para cualquiera con cierta ética personal, es una responsabilidad enorme. Quien lo hace lleva sobre sus espaldas la representación de más de 25.000 accionistas y de muchos más miles de aficionados y seguidores. Ha de ser trabajador, serio, capaz y pasar cualquier prueba de honestidad. Debe servir al club y no servirse de él. Puede poner dinero, o no, pero nunca debe llevárselo.

Debe tener la piel dura, porque llegarán malos momentos y nadie tendrá piedad. Semejante tarea requiere de liderazgo para dirigir un grupo numeroso de trabajo y para atravesar toda clase de tormentas.

Requiere también de una gran preparación y una capacidad de gestión tal que permita sacar adelante la entidad sin necesidad de incumplir los planes contables y demás leyes vigentes. Y exige cierto decoro a la hora de no confundir el club de todos los deportivistas con un cortijo propio o una agencia de colocación.

Y, cómo no, suerte. Porque en el fútbol pasan cosas que no hay quien entienda. Discurre por su propio camino y cuando uno menos se lo espera se convierte en algo incontrolable que no podemos explicar.

La dimisión de Tino Fernández ha abierto en A Coruña un período de incertidumbre y expectación sobre quién dará un paso hacia la presidencia de una entidad centenaria y refugio de mil y una emociones. Ser presidente del Deportivo te convierte en una celebridad y te mete en un mundo lleno de tentaciones, como la de convertirte en un poder fáctico y ejercer como tal intentando influir en decisiones ajenas a un dirigente que, al fin y al cabo, preside una sociedad deportiva.

Tino Fernández no cayó en la tentación fáctica. Tuvo aciertos y grandes errores, que son precisamente los que le han llevado a la dimisión. Pero nunca jugó a ejercer de alcalde paralelo, o de editor periodístico o de empresario de hostelería. Tuvo claro su papel y a ello se dedicó.

Pero no siempre la figura del presidente del Deportivo se conformó con su lugar en el mundo. No hay que irse demasiados años atrás para ver a un Lendoiro enfrentándose a todos bajo la protección del escudo blanquiazul y justificando sus propios intereses detrás de un balón.

Por eso, ahora que estamos ante un proceso de cambio, conviene recordar su importancia. Y la necesidad de que en la entidad blanquiazul no se nos cuele un gato por una liebre. Se puede estar en Primera o en Segunda, pero bajo la ética de unos valores que no siempre reinaron en el club, pero que resultan capitales para mirar hacia el futuro con orgullo.

Ojalá que quien aterrice en la plaza de Pontevedra entienda la grandeza de su cargo.