Pulso europeo

Abel Veiga TRIBUNA

OPINIÓN

CLEMENS BILAN | Efe

20 ago 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

El viejo interrogante, ¿qué Europa queremos y cómo la deseamos?, sigue presente. Los recelos, los desafíos, la opacidad, la imposición de algunos gobiernos nacionales en el relato europeo siguen vivos. Como también la propia debilidad institucional de la Comisión y el Parlamento, por mucho que en las últimas décadas se haya avanzado y hecho parecer algo más a estos a un Gobierno y una Cámara que lo controle.

Muchos se han asustado y lanzado su grito al aire, siempre vacío, del esperpento por la elección de los candidatos a las principales instituciones comunitarias. Una vez más, París y Berlín ganan una batalla donde no hay rival cierto y sí mucho juego hipócrita de aparentar poder. Tras el rechazo de un primer candidato apoyado sobre todo por los mediterráneos y la facción más socialdemócrata, la alemana Ursula Von der Leyen recibió el aprobado necesario en la Eurocámara. Tuvo la inteligencia suficiente de preparar y leer un discurso lo suficientemente convincente y hábil para obtener el respaldo. Con ello trató de revitalizar el propio Parlamento, tantas veces denostado y orillado por el Consejo Europeo, el gobierno en la sombra de los 27 países de la Unión (dejamos ya al margen al Reino Unido y su brexit cansino).

La nueva presidenta de la Comisión reconoce -otra cosa es que tal cometido lo lleve a buen término- el derecho a la libre e ilimitada iniciativa del Parlamento europeo, ese mismo que hoy está más fracturado que nunca. Hasta hoy la gran falacia quintiliana -que no roussoniana, dado que fue Quintiliano el primer padre de la división de podres- era y sigue siendo un imposible en las instituciones comunitarias. Un brindis al sol del cainismo y el cinismo. Todos lo saben, pero también todos hacen como si no lo supieran. La fractura, el hurto de competencias y funciones y el papel secundario del parlamentarismo está muy presente en Estrasburgo pero también en Bruselas. Ursula Von der Leyen lo tiene fácil, habida cuenta que su predecesor, el luxemburgués Juncker, apenas ha hecho algo. También se ha comprometido a volver a leer los Tratados, otra cuestión es saber para qué esa relectura dialéctica, si todavía no somos capaces de cerrar Europa y saber hacia dónde queremos ir, con quién y para qué. Una Europa más social, más justa, más igualitaria, más creíble y más armónica. Retórica sobre viejos papeles de oropel mojado.

Von der Leyen pone el acento en lo social, en la igualdad (además de la de género), en la transición energética, en los jóvenes, en un seguro de desempleo a nivel europeo y un etcétera no menor. Meras intenciones que suena bien en el adagio de Estrasburgo. Qué hará, qué le dejarán hacer y de dónde sacará los recursos económicos y políticos para tamaña aventura son una incógnita ahora mismo. Cinco años por delante. Todo un reto, pero efímero quizá.

Tomemos el pulso a esta Europa de hoy frente a catastrofistas, con su vena apocalíptica y escéptica, que ven la Unión Europea caminando sobre un alambre de fracaso. Dicen que Europa vive sus horas más bajas. Es posible que tengan razón. Que el gran constructo europeo, la Unión, tiene pulso pero un latido débil. No hay liderazgo, al menos si lo comparamos con dos o tres décadas atrás. Aquella época no sin altibajos, pero con Mitterrand, Köhl, Thatcher, González, Soares... y ante todo una figura, Delors. Aquella Europa a doce tenía todo por hacer aún. Hoy la fatiga sucede a una resaca llena de incertidumbres. El egoísmo de los gobiernos de turno nacionales no hace sino poner en la picota constantemente a Bruselas.

Hace justo una década las preguntas eran: ¿hasta dónde Europa? ¿Qué límites, qué fronteras, incluso, qué velocidad? Unos querían más cohesión, más cesión de competencias, menos soberanía, otros se oponían frontalmente. Pero también latía la pregunta de esa frontera hasta Rusia, o qué iba a pasar finalmente con Turquía y los Balcanes. Todo aquello zozobró ante la pasividad de las mismas instituciones, de la Comisión, y cómo no, de las capitales europeas. En momentos de incertidumbre como el actual se buscan tablas salvavidas, líderes que emerjan. Pero ya no los hay. Ya no convence aquella locomotora franco-germana, como si tuvieran la patente para avanzar, frenar, o incluso congelar toda expectativa europea. Pero sí tienen aún la fuerza de imponer a sus candidatos. Rehabilitemos la confianza en Europa, en sus instituciones, pero también en sus ciudadanos. Vale la pena. Es el pulso, un pulso con latido. No desaprovechemos esta oportunidad.