Liderazgos alpha
OPINIÓN
Señalaba recientemente la profesora Nieves Lagares en estas mismas páginas, como el relato había venido a acentuar las posiciones de los líderes en la competición política moderna.
Lo cierto es que los medios de comunicación han sido un espacio extraordinario para la personalización de la política y para la efervescencia del relato, dicho de otro modo, los medios quieren sujeto y relato. La España de la transición de Suárez, la del desarrollo de González, la del «va bien» de Aznar, o la de «los derechos» de los homosexuales o de los dependientes de Zapatero, conforman relatos más o menos solventes en cada momento. La división sepultó a Suárez; la corrupción, a González; Irak, a Aznar, y la crisis económica a Zapatero. El relato construye y destruye a los líderes, los hace fuertes o débiles; la imposición del relato es una parte fundamental de la competición. Es tan frágil la sostenibilidad de los relatos, que en la política de nuestros días los líderes no pueden perder nunca, no pueden reconocer equivocaciones, no pueden mostrar debilidades. La debilidad es su talón de Aquiles.
Más que un hemiciclo parece un cuadrilátero en el que los golpes se suceden, provenientes de cualquier lado y a los púgiles, nuestros líderes,, acorralados en las esquinas por el adversario -la opinión pública, la oposición política, los medios de comunicación y hasta sus propias formaciones- no les queda más remedio que contraatacar. Y esto termina deslegitimando la política per se, construyendo al mismo tiempo una suerte de egolatría enfermiza que hiperboliza la figura de los líderes políticos, dando lugar a lo que podríamos denominar como «hiperliderazgos». Una omnipresencia, a la que si bien en los contextos políticos presidenciales y semipresidenciales están acostumbrados, no así en nuestros sistemas políticos parlamentarios.
Así, estos «hiperliderazgos» creados por la aplastante presencia del relato y la voracidad de la comunicación política de cara a la galería, se ven a su vez afectados por las luchas internas de sus propias formaciones, lo que se vuelve a su vez en el principal germen de su debilidad interna. En consecuencia, mientras que de cara a la opinión pública se construye una suerte de «liderazgos alpha» en plena lucha por marcar su terreno, no cejar en sus caprichosos y pueriles empeños y no permitirse ninguna concesión hacia el adversario; internamente se derrumban, por no ser capaces de mostrar la habilidad para cocinar un liderazgo a fuego lento y dejarlo reposar.