El amanecer es un punto natural de inicio de la actividad humana, pero su hora cambia constantemente, porque la Tierra tiene su eje de rotación desviado con respecto al plano de la órbita. Nuestros antepasados se levantaban con él, es decir, más tarde en invierno que en verano; pero a lo largo del siglo XX nuestra vida empezó a estar marcada por el reloj, una máquina que nos marca horarios fijos sin tener en cuenta esas variaciones estacionales. Así, muchos españoles en invierno se levantan con noche y en verano con día. ¿Sería posible adaptar nuestros horarios para acercarnos al ritmo natural de nuestros antepasados?
Este lunes el sol saldrá en Santiago a las 8.03; el jueves lo hará a las 8.07. Una sociedad moderna no puede cambiar los horarios cuatro minutos cada tres días. Es inviable. Hemos optado por la única solución factible: mover el reloj una hora en el equinoccio de primavera (cuando los días crecen más rápido), para que así en primavera-verano nuestro punto de activación se acerque una hora al natural del amanecer, y deshacer el cambio en otoño. Sin el cambio de marzo amanecería en Santiago a las 5.55 en junio: al activarnos habríamos perdido dos o tres horas de luz solar. Y si no lo cambiáramos en otoño, amanecería a las 10.05 en enero.
Aparece, eso sí, el conocido fastidio de los días después del cambio; pero ese es el pacto: la incomodidad de unos días para ganar una hora de adecuación al sol durante el medio año siguiente. Por si tienen dudas sobre la necesidad del cambio estacional de hora y quieren poner en contexto las magnitudes, en España el punto de amanecer cambia en torno a tres horas cada seis meses. Movemos el reloj una hora para amortiguar en parte esa deriva e intentar seguir la variación natural del sol. Si no cambiamos la hora habría que cambiar los horarios, como hacían los comercios hasta hace medio siglo, bailando de manera no organizada con un horario de invierno y uno de verano. Hacer el cambio estacional de hora es lo que permite que tengamos el mismo horario todo el año.
Esto se regula por una directiva europea. Desde 1981 hasta 1996 esa directiva fijaba el cambio de hora de otoño a finales de septiembre, excepto para Irlanda y el Reino Unido, que lo hacían a finales de octubre. En 1996 se modificó y todos pasamos a hacerlo como ellos. Aprovechando el brexit, sería el momento de corregir esa medida: volver al cambio de otoño en el equinoccio de otoño, a finales de septiembre; de ese modo, se consigue que nuestro reloj sea un poco más homogéneo con respecto al sol.