Podemos: el cielo puede esperar

Roberto Blanco Valdés
Roberto L. Blanco Valdés EL OJO PÚBLICO

OPINIÓN

Jesús Hellín - Europa Press

22 nov 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

Poco después de saltar a la arena social como látigo de la supuesta casta de corruptos que, desde la Transición, dominaba la política española, Pablo Iglesias fijó con una proclama casi bíblica el proyecto de Podemos: «El cielo no se toma por consenso: se toma por asalto», dijo en el 2014 el profeta de la nueva verdad antisistema. La idea era, por tanto, que al poder no se llegaba por medio del consenso social que se traduce en una mayoría democrática, sino a través de un asalto revolucionario como aquel con el que han fantaseado, desde la toma de la Bastilla a la del Palacio de Invierno, todos los radicales del planeta.

Aunque daría para mucho el estudio de esa subconsciente identificación entre el cielo y el poder, no es lo que ahora me interesa, sino constatar cómo, a medida que Iglesias y sus fieles han visto la posibilidad de sentarse en las poltronas que tanto criticaban, han ido modulando de forma muy significativa un proyecto político que ha terminado por convertirse en un objetivo personal: situarse bien y dejarse de películas. Por eso, poco antes de las generales del 2015, el planteamiento sobre la toma del cielo del líder de Podemos había cambiado: «Quizá nuestros adversarios no entendieron que en una democracia los asaltos se hacen llamando al timbre». Y por eso, cerrado, «en horas veinticuatro», el acuerdo sorpresivo y sorprendente entre Sánchez e Iglesias, que elevaba al segundo a la vicepresidencia del Gobierno, ya hasta lo de tocar el timbre se abandona: «El cielo se toma con perseverancia».

Ha sido, sin embargo, la vergonzosa reacción de Iglesias (es decir, su no reacción) ante la sentencia de los ERE la que ha acabado por aclarar, ya sin tapujos, la posición de quien se ve ya viajando en coche oficial de la Vicepresidencia del Gobierno a su chalé y de su chalé a la Vicepresidencia del Gobierno, y no quiere correr el riesgo de que el premio se le escape de las manos.

De este modo -imagino que para tremenda sorpresa de quienes le entregaron la confianza con sus votos-, el líder antisistema que comenzó su actuación (¡y nunca mejor dicho!) de azote de corruptos hace poco más de cuatro años, ha decidido que ni él ni ninguno de los dirigentes de su partido tienen nada que decir -¡ni una palabra!- cuando se dicta sentencia en el caso de corrupción más espectacular de las cuatro últimas décadas.

Un silencio que solo se explica, por supuesto, porque el partido implicado hasta el cuello en el caso de los ERE es el mismo cuyo líder ha prometido hacer a Iglesias vicepresidente. Y un silencio que permite afirmar que detrás del presunto revolucionario de la coleta y la camisa remangada se esconde en realidad un oportunista sin escrúpulos, que, como quien va a llevarlo al Gobierno, no cree en nada en realidad, salvo en colocarse para poder vivir como rajá. ¿Y el cielo? Como en la película que en 1978 Warren Beatty dirigió e interpretó (Heaven Can Wait), el cielo puede esperar.