Las uvas de la ira

Luis Ferrer i Balsebre
Luis Ferrer i Balsebre EL TONEL DE DIÓGENES

OPINIÓN

06 ene 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

El Fin de Año hay que pasarlo, aunque sea muriendo en la frontera. En nuestra tribu la frontera la marca el rito de las uvas y las campanadas.

La mayoría de los aborígenes recibimos el año nuevo delante del televisor, aunque desde que purgaron al calvo de la lotería todo ha ido a peor; desamparados de su rutina -última superviviente de la era Joaquín Prat y Laura Valenzuela-, quedamos «una vez más» a merced del mercado y la manipulación política de masas.

Hasta el sencillo ritual de las uvas se ha sobrecargado de emoción y de anuncios -el psicótropo más potente del emocionato en que vivimos-.

El rito ahora tiene su etapa de precalentamiento en todas las cadenas y tertulias y la elección de la pareja que presentará las campanadas se convierte en un referendo popular mucho más seguido que el otro que se está argallando entre sombras.

Los vestidos de ellas llenan páginas y horas de crueles esperas. Al grupo le entretiene más, le genera afectos, le hace gozar con la pulsión escópica de observar la vida ajena -la mejor forma de que no miren a dónde no tienen que mirar-.

Las uvas tienen los colores de la cadena a la que estás más encadenado y contribuyen a seguir aumentando su audiencia y bitcoins. Vivimos en unas mil y una noches donde a la Pedroche no acaba de caérsele el velo y mostrar la realidad de una joven de barrio de Madrid con cierto aroma jicho, simpática, lista y extrovertida, con un cuerpo sin estridencias ni medidas áureas, pero capaz de sostener la tensión como una Sherezade en versión posmoderna.

Los vestidos son velos que adornan la realidad y ocultan lo que no existe, permitiendo a la mirada fantasear lo que desee aunque no tenga nada que ver con lo real -de ahí lo erótico que puede resultar un hiyab, un niqab, un chador o una sotana-.

Con todo, ha vuelto a ganar la mística elegante y serena de Anne Igartiburu, a pesar de haberle puesto al lado a un serafín que, en llegando a los cuartos, contaba el reciente fallecimiento de su padre -qué ya me dirán a qué viene dar ese bajonazo al país en plenas uvas-.

Y mientras tanto en algún edificio histórico de Madrid, cerca de la Puerta del Sol, sin luz ni taquígrafos, otros engullían, con cada uva, un acuerdo disimulado.

Mientras la mayoría miraba la tele, otros miraban al presidente en funciones y otros levantábamos acta de la reunión haciendo esfuerzos por no atragantarnos con las uvas de la sospecha y la ira, que no distraen ni un desnudo integral de la Pedroche.

Queridos Reyes Magos...