Lo ocurrido en la sesión del pasado domingo en el Congreso es uno de los episodios más lamentables de la democracia y supone un adelanto de lo que cabe esperar de esta legislatura. Gresca, altercados, insultos y escándalos de todo tipo los ha habido siempre en el Parlamento, con igual o mayor intensidad que la que se registró durante la intervención de la diputada de EH Bildu Mertxe Aizpurua. No es ninguna novedad, por otra parte, que los discursos de las diferentes marcas blancas con las que se ha ido denominando el brazo político de ETA generen graves incidentes en el Parlamento. ¿Qué es entonces lo que convierte en especialmente ignominiosa la jornada del pasado domingo?
La gran diferencia estriba en que los ataques contra las instituciones del Estado y la Constitución proferidos desde la tribuna siempre merecieron, hasta ahora, la firme repulsa y las protestas del PSOE, el PP y el resto de los partidos constitucionalistas. Sin ir más lejos, el 16 de septiembre del 2015 el diputado de Amaiur Sabino Cuadra rompió en la tribuna del Congreso, en plena sesión, un ejemplar de la Constitución, lo que provocó graves descalificaciones desde la bancada de la derecha y la de la izquierda. «Fuertes protestas», recoge el diario de sesiones. El entonces presidente del Congreso, Jesús Posada, tachó de «inadmisible y censurable» el gesto de Cuadra y consideró que vulneraba el artículo 103.1 del reglamento, que obliga a llamar al orden a los diputados cuando «profieran palabras» o «viertan conceptos» ofensivos para «las instituciones del Estado». Quince días después lo expulsó de la tribuna, con apoyo del Partido Socialista, por no retirar el gesto. Pero el PSOE no se conformó con eso y exigió, junto al PP y a UPyD, una sanción para el diputado de Amaiur. Finalmente no la hubo, pero Posada ejerció su derecho a ordenar que no consten en acta las ofensas a las instituciones. «Gesto retirado por el señor presidente». Eso es lo único que se lee en el diario de sesiones de aquella jornada, que cualquiera puede consultar hoy.
Los insultos del pasado domingo a la diputada de EH Bildu son absolutamente reprobables. Pero ni son los primeros, ni serán los últimos escuchados en el Congreso contra un parlamentario. Lo que convierte la que iba a ser una anodina jornada de primera votación en un histórico día de oprobio es el hecho de que la presidenta del Congreso, Meritxell Batet, ni siquiera llamara al orden a Aizpurua cuando atacó gravemente al jefe del Estado. Que ni uno solo de los portavoces de los 11 partidos que apoyaron la investidura, incluida la del PSOE, Adriana Lastra, censurara sus palabras. Que algunos incluso las aplaudieran. Que el que desde hoy presidente del Gobierno, lejos de desautorizar los dicterios al rey, a España y a la Constitución, agradeciera su intervención a la diputada de EH Bildu. Pero, sobre todo, que tanto los graves insultos al jefe del Estado como la respuesta de agradecimiento de Sánchez consten para la historia en el diario de sesiones sin reflejar más añadidos. Ese es el alarmante punto de inflexión con el que arranca de esta legislatura.