El pasado lunes, el vuelo de Air Canada AC837 se convirtió en el centro de atención mediática de toda España. Durante el despegue, una de las ocho ruedas del tren de aterrizaje principal del Boeing 767-300 sufrió un reventón. Inmediatamente, fragmentos del neumático fueron absorbidos por el motor número uno (situado a la izquierda) provocando el fallo del mismo. La tripulación, ante las indicaciones en cabina procedentes del motor dañado, siguiendo un procedimiento preestablecido, apaga el motor número uno y asciende a 5.000 pies (unos 1.500 metros de altura).
Posteriormente, según indicaciones del control aéreo, realiza lo que en el argot aeronáutico se conoce como «espera». Esta se realiza a 8.000 pies (algo menos de 2.500 metros) al sudeste de Madrid. Para el trayecto de Madrid a Toronto se necesitan muchas toneladas de combustible y, al aterrizar, el peso del avión es mucho menor que al despegue. Por ello, para no dañar la estructura del avión y correr el riesgo de sufrir un colapso del tren de aterrizaje, es necesario deshacerse de ese queroseno.
Dado que este avión en particular no está equipado para expulsar el combustible en vuelo, procede a dar vueltas en la espera, para gastarlo. Mientras esto ocurre, un avión de combate F-18 realiza una inspección visual de los daños sufridos por el B-767.
Al final, el avión toma con normalidad cuatro horas y diez minutos después del despegue, con los 128 pasajeros a bordo sanos y salvos.
La cobertura informativa de este suceso en particular puede hacer pensar que este tipo de situaciones son excepcionales y especialmente graves. Realmente los incidentes en aviación no son infrecuentes, pero la gran mayoría de ellos pasan desapercibidos por el público en general, ya que un altísimo porcentaje se soluciona sin daños personales ni materiales.
La probabilidad de que se produjera un accidente era entre baja y muy baja, ya que si el peligro fuera inminente el comandante no hubiera dudado en volver inmediatamente al aeropuerto para intentar un aterrizaje forzoso.
Es de suponer que, tras analizar la situación, la tripulación decidió que la mejor opción para garantizar la seguridad de las personas a bordo y la del propio avión era gastar el combustible. No es de extrañar, dado que la normativa actual contempla que determinados tipos de aeronave pueden volar tramos de hasta cinco horas y media de duración solo con un motor operativo.
Las tripulaciones entrenan hasta la saciedad, siguiendo procedimientos actualizados, toda una serie de situaciones de emergencia para responder a ellas de la mejor manera posible. Los controladores aéreos y todo el personal que opera en un aeropuerto reciben la formación y entrenamiento necesarios para afrontar estos incidentes con calma y profesionalidad.
Como es habitual, para saber con exactitud lo que realmente ha ocurrido y cómo se ha resuelto este incidente de navegación aérea habrá que esperar al informe final emitido por Comisión de Investigación de Accidentes e Incidentes de Aviación Civil (CIAIAC).