¿Cómo se supone que debes lavarte las manos regularmente si no tienes agua corriente o jabón? ¿Cómo implementar el «distanciamiento social» si vives en un barrio pobre o en un campo de refugiados? ¿Cómo se supone que debes dejar de cruzar las fronteras si estás huyendo de la guerra? ¿Cómo tomarán más precauciones las personas con problemas de salud preexistentes si ya no pueden pagar o acceder al tratamiento que necesitan?
Todos nos vemos afectados por la pandemia de COVID-19, pero algunas personas pueden sentir el impacto más que otras.
A medida que COVID-19 se extienda más, continuará exponiendo las desigualdades que existen en nuestros sistemas de salud. Expondrá la exclusión del acceso a la atención que padecen ciertos grupos, ya sea por su estatus legal como por otros factores que les dificulta el acceso a la salud. Mostrará la insuficiente inversión en atención médica pública gratuita para todos, lo que se traduce en que el acceso a una atención de calidad residirá en el poder adquisitivo y no en la necesidad médica. Exhibirá el fracaso de los gobiernos, no solo de los servicios de salud, para planificar y prestar servicios que respondan a las necesidades de todos. Presentará con crudeza las vulnerabilidades potencialmente mortales causadas por el desplazamiento, la violencia, la pobreza y la guerra.
Las personas que sufrirán especialmente serán aquellas que ya han sido relegadas, debido a las medidas de austeridad, que han huido a causa de la guerra, que carecen de acceso al tratamiento para las patologías que ya padecen por una atención médica privatizada. También lo padecerán aquellas que no pueden abastecerse de alimentos, que tienen trabajos precarios, mal pagados o saturados, que se ven privadas de acceder a una baja por enfermedad, o sin posibilidad de trabajar desde casa. También lo van a padecer, y mucho, las personas atrapadas en zonas de conflicto que viven bajos los bombardeos y el asedio.
¿Y cómo se supone que los sanitarios deben tratar a los pacientes si carecen del material que necesitan? Muchos sistemas de salud que tratan de prepararse para el impacto del COVID-19 ya se han visto afectados por la guerra, la mala gestión, la falta de recursos, la corrupción, la austeridad y las sanciones. Apenas pueden hacer frente al flujo normal de pacientes.
El COVID-19 nos muestra cómo las decisiones políticas de exclusión social, acceso reducido a atención médica gratuita y aumento de la desigualdad nos impactan a todos. Estas políticas son enemigas de nuestra salud colectiva.
Mientras que MSF amplía su respuesta a la pandemia de COVID-19, nos centramos en los más vulnerables y desatendidos. En respuesta a los primeros casos comenzamos a trabajar en Hong Kong en enero, y ahora tenemos equipos médicos desplegados para responder en el corazón de la pandemia en Italia o en países como Francia, Bélgica e incluso en España. Y vamos a seguir aumentando nuestra respuesta tanto como nos sea posible a medida que esta crisis se prolongue.
Sin embargo, hay decisiones que se pueden tomar ahora que paliarán el desastre inminente que muchas comunidades pueden enfrentar pronto. Los congestionados campos de refugiados en las islas griegas necesitan ser evacuados. Eso no significa enviar gente de regreso a Siria, donde la guerra aún continúa. Significa encontrar una manera de integrar a las personas en las comunidades, donde podrán practicar medidas seguras como el distanciamiento social y el autoaislamiento.
Además de esto, los suministros deben compartirse a través de las fronteras allí donde las necesidades sean mayores. Esto debe comenzar aquí mismo, en Europa, donde los suministros deben compartirse con los países más afectados. Pronto tendrá que extenderse a otras regiones que se verán afectadas por esta pandemia y cuya capacidad de resistencia ya es muy limitada.
Como MSF, también tendremos que gestionar las grietas que sufriremos en materia de personal de nuestros otros proyectos de emergencia y que no se pueden detener. Nuestra respuesta médica al sarampión en la República Democrática del Congo, por ejemplo, debe continuar. También lo deben hacer nuestros programas con las comunidades afectadas por los conflictos internos en Camerún o en la República Centroafricana. Estas son solo algunas de las comunidades a las que no podemos abandonar. Para ellas, el COVID-19 es otro asalto, otra amenaza más a su supervivencia.
Esta pandemia está dejando al descubierto nuestra vulnerabilidad colectiva. La impotencia que sentimos muchos de nosotros hoy, las fisuras en nuestra sensación de seguridad, las dudas sobre el futuro. Son precisamente los temores y las preocupaciones que sienten muchas de las personas ante una sociedad de la que han sido excluidas, relegadas o incluso atacadas por quienes ostentan posiciones de poder.
Espero que COVID19 no solo nos enseñe a lavarnos las manos, sino que haga que los Gobiernos entiendan que la atención médica debe ser universal, para todos y todas.