
La idea de elecciones críticas hace referencia a aquellos procesos que responden a una demanda social de cambio que representa una alteración del sistema. En España nos hemos acostumbrado, en los últimos tiempos, a vivir en un sistema inestable fruto de la dispersión de los votantes y de la dificultad para la formación de gobiernos que ha devenido en que cada elección se haya convertido en un proceso crítico.
Ahora esta noción deberá extenderse también a los comicios celebrados bajo riesgo sanitario, para hacer referencia a las condiciones bajo las que nos obligarán a expresar nuestra decisión de voto.
Tengo absoluta confianza en los técnicos y en sus informes, pero ninguna en el uso de criterios probabilísticos como predictibilidad real; y crean que sé de lo que estoy hablando. Y por eso mantengo que un gobernante sensato esperaría a que no hubiera muertos ni contagiados para anunciar la fecha electoral. Porque con la que está cayendo, no es sensato convocar elecciones bajo supuestos de probabilidad sino bajo certezas incontestables.
Feijoo convocó las elecciones gallegas el 11 de febrero, dos días antes de que en el Hospital Arnau de Vilanova falleciese el que es considerado el primer muerto por coronavirus en España. Nadie podía prever entonces, la brutal incidencia del virus ni el diferente nivel de contagio y letalidad que está teniendo en cada país. Nada sabíamos entonces de cómo se iba a producir la escalada, porque todo indica que los datos que nos ofreció China difieren bastante de lo que ocurre en el resto del mundo; y nada sabemos ahora de las condiciones de la desescalada, porque tampoco tenemos datos de países que hayan alcanzado la «normalidad».
Urkullu ha convencido al sensato presidente de los gallegos de que se la juegue con él y Feijoo ha cedido. La diferencia es que Urkullu ya buscó en su desconvocatoria esta fecha y Feijoo trató entonces de evitarla, pero a Urkullu le interesa que Feijoo comparta con él la responsabilidad de trasladar a la ciudadanía la «relativización» del riesgo.
Y ahí está el problema, en que el riesgo no tiene solo componentes objetivos y racionales sino también subjetivos y emocionales, y es, además, un elemento fundamental de la precaución. En el Equipo de Investigaciones Políticas hemos estado midiendo durante este tiempo las percepciones de los españoles respecto a la pandemia y hemos visto como el 17 % han tenido en algún momento la creencia de estar infectados.
Urkullu y Feijoo tendrán que generar confianza en los votantes para que no se abstengan sin comprender que no ha llegado todavía el momento de despreciar el riesgo y enarbolar la bandera de la confianza ante el virus. Viene una nueva normalidad, pero es una normalidad de riesgo y de elecciones críticas.