
Para contener la pandemia de covid-19 se considera necesario que, en el entorno público, la gente se cubra la boca y la nariz. Cuando la mascarilla sirve para no contagiar pero no evita ser contagiado se llama mascarilla altruista y hace que las cosas transcurran así. Imaginemos a dos personas, A y B, que interaccionan una vez y que después no volverán a coincidir: cada una decide si poner o no mascarilla y su uso es recomendable, más no obligatorio.
Lo mejor para A y B es minimizar el riesgo de contagio, para lo cual deben cooperar poniéndose sus respectivas mascarillas. Ahora bien, la mascarilla cuesta dinero y puede suponer, además, molestias para respirar, sensación de claustrofobia, etcétera. En estas condiciones, A piensa que si B lleva mascarilla no hace falta que ella se ponga la suya, ya que tendrá la misma protección sin mascarilla que con ella y, de paso, se ahorra el coste. Es decir, si B lleva mascarilla, como mejor estará A es no llevándola. Y si B no lleva mascarilla, A puede infectarse con la misma probabilidad tanto si la lleva como si no, con lo cual no la llevará. Claro que B llega a la misma conclusión que A. Ergo, nadie llevará mascarilla y la cooperación brillará por su ausencia.
Empezábamos diciendo que lo mejor para las dos personas era que cada una portase mascarilla (cooperación mutua), pero recomendarla sin más conduce a que nadie se la ponga, porque lo individualmente racional es no hacerlo. Que A no se contagie depende de que B lleve mascarilla, por lo que la variable que A controla -ponerse o no mascarilla- no afecta a su resultado; ni siquiera es una de las que lo determina; lo relevante es cómo actúe B (algo que A no controla directamente). Otro tanto le ocurre a B. Está sucediendo algo muy simple: las esperanzas de cooperar en una situación así recaen exclusivamente en la empatía recíproca (A cuida de B y B cuida de A) y que, por mucha apelación a la solidaridad que se haga, es de limitada efectividad, como es propio de un incentivo moral. Imponer el uso de la mascarilla y multar por no llevarla pasa, pues, por ser la salida al problema.
También puede suceder que la mascarilla sirva para no ser contagiado, mascarilla egoísta, en cuyo caso el resultado para A lo determinará la variable bajo su control (A se protege a sí mismo) y lo mismo ocurrirá con el de B. Pues bien, si seguimos llamando cooperación a que todo el mundo lleve mascarilla, es muy posible que ahora sí emerja, porque el incentivo a llevar una mascarilla habrá cambiado con respecto a cuando se trataba de mascarillas altruistas. En particular, con mascarillas egoístas es más factible que haya cooperación sin necesidad de intervención externa, porque cooperar es individualmente racional.
Conclusión. Como las posibilidades de cooperar y así frenar la pandemia dependen de las reglas del juego, al regulador le toca dar con las que hagan que la gente interiorice que cooperar le sale a cuenta. Y hacerlo ya.