¿Vivimos unos tiempos verdaderamente nuevos y esperanzadores o nos estamos hundiendo en el barro de nuestras viejas rencillas históricas? Hay un debate en marcha entre nosotros que ilumina a la vez lo uno y lo otro, lo cual significa que algo nos inquieta y nos sosiega al mismo tiempo. Algo que nos embadurna de dudas. Y quizá todo esto sucede -lo dijo Pascal- porque lo último que se sabe es por dónde empezar.
Por dónde empezar el futuro, claro. Porque las dudas crecen entre nosotros y se convierten en perplejidades. Y esto no es bueno. El gran Jorge Luis Borges confesaba que «si de algo soy rico es de perplejidades y no de certezas». Pero Borges era todo lo contrario de lo que podemos esperar de un político. El era el gran poeta argentino que no podía dejar de inventar nunca, al revés del buen político, que debería apoyarse siempre en las mejores y más fiables certezas, para guiarnos lejos de los precipicios.
Basta con echar una mirada en el entorno mundial para descubrir la cantidad de políticos nefastos que pueblan nuestro planeta y, de paso, destrozan las esperanzas de tantos ciudadanos. La lista es demasiado larga para incluirla aquí, pero podemos citar unos cuantos nombres, desde el venezolano Nicolás Maduro o el brasileño Jair Messias Bolsonaro hasta los más detestables cabecillas dictatoriales convertidos en auténticos sátrapas nacionales y acreditadas calamidades públicas en sus respectivos estados.
¿En qué están mejorando nuestros tiempos? Tenemos a Trump fuera, es cierto, y esto constituye un caso relevante. Pero el verdadero mal de los desafortunados de la Tierra campa a sus anchas por naciones tercermundistas e incluso por otras -ya muy relevantes- que conocen el progreso pero no la democracia ni las libertades públicas.
Como dijo en su día el ex Beatle John Lennon: «Vivimos en un mundo donde nos escondemos para hacer el amor, mientras la violencia se practica a plena luz del día». Él acabó por ser una víctima de esa violencia ciega. Lennon fue asesinado a balazos por Mark David Chapman el 8 de diciembre de 1980 en Manhattan (Nueva York). Porque los tiempos no habían (ni han) cambiado todavía. Repásenlo y verán.