El juego destroza personas. Destruye familias. No hay juego con moderación. No hay distancia de seguridad. Es un vicio y, como todos, se inocula hasta la médula. Anonadado se queda uno cuando ve que profesionales de prestigio prestan su imagen, a cambio de cantidades generosas de dinero, para blanquear el juego. En este país, esa venta es común y va a más. Actores como José Coronado o Carlos Sobera no tienen reparos a la hora de hacer caja recomendando las bondades de jugar, eso sí, con precaución. ¿Cómo distingue la precaución un joven, que no sabe todavía que la vida va en serio? Carlos Sobera, personaje cotizado por su papel en la farándula, fue en su día profesor de Derecho Publicitario en la Universidad del País Vasco. Quizá, cuando impartía aquella asignatura no supiera que de alguna manera se estaba preparando para el colchón de dinero en el que pensaba recostarse en el futuro al transformar su fama en una caja registradora.
Propician con esos anuncios que familias enteras puedan dejarse llevar por la bonanza del personaje guapo o simpático que mueve sus cejas y que les recomienda jugar con contención, pero jugar. Familias que, en algunos casos, saltarán por los aires al tener un hijo o un hermano envenenados por la ludopatía con la desgracia como sombra. El dinero que llega fácil es el que se gasta más rápido. El que te engancha y te hace caer en ese pozo sin fondo de los créditos rápidos, para meterte la siguiente dosis, esa que publicitan entre presuntos algodones los profesionales famosos.
No sirve de nada que lo hagan con esa leyenda de juegue con moderación. Es algo parecido a beba usted veneno pero en pequeñas dosis. Qué más da. Es veneno. Ese matrimonio confuso entre profesionalidad y publicidad se contrae cada día más. En los anuncios del juego es un escándalo, que hay que señalar. Pero empieza a ser habitual que suceda también en el periodismo. ¿Hasta dónde vamos a llegar los periodistas? Matías Prats interrumpe sus noticias en una cadena para dar consejos publicitarios. Lo de consejos es eufemismo para neandertales. ¿Dónde está el límite entre la información y la publicidad? Los medios deben subrayar con línea roja esa frontera que jamás se puede saltar. El dinero lo compra todo. Lo sabemos. Pero comprar a profesionales de la información es mecerse en la cuna que convierte la información en deformación. No se debe pasar de contar una noticia a contar el dinero que se cobra por decir, a continuación, las bondades de una marca. El daño a la profesión es irreparable. ¿Adónde vamos a parar si los que informan no tienen problema en pasar por caja para intercalar una noticia con un anuncio, y otra vez, una noticia?