Once meses atrás, en marzo, Bill Gates dijo que se tardaría un año y medio en disponer de una vacuna. Aparentemente, se equivocó, porque las campañas de vacunación empezaron a finales de diciembre, es decir, nueve meses después. Solo que ya han pasado casi sesenta días y el porcentaje de personas vacunadas roza el ridículo en todos los países, con las excepciones conocidas. Y no solo eso: a diario surgen noticias que multiplican las sospechas sobre los procesos de autorización, compra y distribución de las vacunas. Las sombras de gestión aparecen por todas partes, y la falta de transparencia resulta más evidente semana tras semana. Por ejemplo, en la Unión Europea. Pero, al menos, la presidenta reconocía anteayer algún error. En España nos hemos gastado ni se sabe -la transparencia de nuestro Gobierno es perfectamente medible- cuántos cientos de millones y… ni disponemos de las vacunas ni parece que vayamos a arreglar las cosas en un plazo conocido. Todo sin reconocer ni un solo error, respaldados en el consuelo de los tontos: en Estados Unidos andan casi igual, pese a su poderío farmacéutico.
Joe Biden, el candidato, prometió vacunas inmediatas para toda la población, pero ayer el Joe Biden presidente se desdijo. Aduce como excusa que Trump le ha dejado un caos logístico que le impide cumplir su promesa. Pero, para que haya caos en la distribución, antes tiene que haber producto. Nada. Acaba de prometer que a finales de julio contará con vacunas para todos sus paisanos. Cualquiera contraviene un pronóstico de Gates. Sus razones tendrá. Si el hombre necesita dieciocho meses, es que necesita dieciocho meses, y quién es un presidente para llevarle la contraria.
@pacosanchez