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Por su estado de bienestar y su desarrollo democrático, muy posiblemente Europa sea el mejor lugar del mundo para vivir. Pero no para vacunarse. Países como Israel o Chile quintuplican o doblan los índices de la Unión Europea, mientras en ella la pretensión de llegar en verano a la inmunización del 70 % de la población se desvanece. Para lograrlo, habría que hacer ahora un esfuerzo desproporcionado, pero no parece que el Viejo Continente, minado por la burocracia y la lentitud, esté preparado para los retos urgentes.
El hecho de que en un primer momento se decidiese la compra unificada desde Bruselas para casi 450 millones de personas fue recibido como una buena noticia, puesto que se hacía valer la potencia de Europa como compradora masiva, se garantizaba la supervisión clínica y la seguridad de las dosis dispuestas y se estimulaba la propia innovación europea. Pero las buenas intenciones fracasaron.
Para empezar, la Comisión se vio burlada por el fabricante de la vacuna de Oxford, con el que firmó un sustancioso contrato. Sus cláusulas dejaron de respetarse desde el primer momento en medio de tensiones inexplicables, salvo que se expliquen por la mala relación que creó el divorcio entre la UE y el Reino Unido. Londres acumuló vacunas y aceleró, y Bruselas, con notorio enfado, tuvo que esperar.
Pero no fue el único revés. La Agencia Europea del Medicamento aprobó la comercialización condicional de la fórmula de AstraZeneca con sus dos inyecciones y dio seguridades a la población. Sin embargo, poco después se consideró inadecuada para mayores de 65 años. Y hace nueve días se suspendió temporalmente su aplicación en varios países europeos para evaluar posibles efectos adversos en contados casos entre millones de personas vacunadas. No hay un solo medicamento que dé seguridad al cien por ciento. Pero quien no la ha dado en un porcentaje bien alto ha sido la Unión Europea con sus titubeos, por mucho que la decisión de retirar y rehabilitar la vacuna haya sido de los Estados miembros.
Y todavía hay un tercer error. Aun admitiendo la impresionante liberación de recursos económicos que está llevando a cabo Europa con la pandemia, no se explica que no se haya otorgado suficiente apoyo a los investigadores que desarrollan proyectos prometedores, y que se valen más de su voluntad que de sus medios. Profesores jubilados y científicos mileuristas ponen de su parte lo que no ponen ni los Gobiernos ni las estructuras comunitarias.
Tras estos tres errores, no hay tiempo para un cuarto. Europa necesita dotarse de solidez, sacudirse la pereza, desterrar la cobardía política en su toma de decisiones y ponerse donde le corresponde: a la vanguardia del mundo en vacunación. Es urgente. Falta mucho. Y pronto llegará el verano.