Inteligencia artificial y el derecho del autor

Pablo Fernández Carballo Calero LÍNEA ABIERTA

OPINIÓN

ANDY RAIN

19 abr 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Inteligencia artificial (IA) «es un término paraguas» que comprende diversas técnicas destinadas a conseguir que «las máquinas piensen como seres humanos».

Si analizamos el impacto de la IA en el mundo del arte, es un hecho que a día de hoy los sistemas de IA o máquinas inteligentes escriben, pintan, componen música… ¿significa esto que «sus» novelas, pinturas y canciones son obras susceptibles de protección por la propiedad intelectual? ¿Quién sería, en ese caso, el autor y titular de los derechos?

Hasta un pasado reciente, resultaba pacífico afirmar que el programa informático del cual se sirve el autor para concebir una determinada obra constituía, en la mayoría de las ocasiones, un mero instrumento -más o menos necesario- pero, en todo caso, un simple elemento de apoyo en el marco del proceso creativo. El programa sería de esta forma el equivalente al pincel para el pintor, el compás para el arquitecto o la cámara para el fotógrafo. Así las cosas, el usuario de la herramienta (y no el inventor de la misma), merecería, sin ningún género de duda, la condición de autor de los resultados obtenidos.

Este planteamiento inicial ha cambiado radicalmente con el desarrollo de los sistemas de IA y, en particular, con el desarrollo del software de aprendizaje automático o aprendizaje de máquinas (machine learning), una rama de la inteligencia artificial que produce sistemas autónomos capaces de aprender por sí mismos. En este escenario, determinados sistemas de IA son más que herramientas a través de las cuales los usuarios expresan sus propias ideas. A diferencia de las herramientas ordinarias, tales sistemas son capaces de crear contenidos con una intervención humana inexistente o mínima.

Encuadrado así el debate, la creación de obras de arte por máquinas inteligentes plantea enormes desafíos para el derecho de autor. Ya no estamos en la era en que las máquinas constituían un mero instrumento de apoyo técnico a la creatividad humana. Tampoco estamos (ni probablemente lo estemos nunca) en la era en que las máquinas sustituyan a los artistas porque, aunque el producto final fuese formalmente una obra de arte, dicha obra nunca podría reflejar el «alma» de un autor que no tiene alma. Vivimos en la era en la que los sistemas de IA, al menos en el ámbito artístico, pueden convertirse, no en enemigos, sino en aliados de los seres humanos. Si es así, las obras de arte que nazcan fruto de esa colaboración deberían tener la posibilidad de convertirse en obras protegidas.