
La banca gana otra vez. El paisaje social y económico en España se ha roto en los últimos tiempos. Pero esa frase, con sus cinco palabras, permanece, ajena a las fechas, a las marejadas y a las corrientes subterráneas. La banca gana otra vez. No importa si pintan oros o bastos. Los gigantes crecieron con el ahorro de los españoles en el estómago. Impulsados por esa carga vitamínica salieron a comprar el mundo: EE.UU., América Latina, el Reino Unido... Conquistadores de billetera. Tiburones con diferentes islas del tesoro. Eso les permitió que la crisis del 2008-2012 fuera para ellos un dolor de cabeza. Una aspirina y a seguir. Los mortales todavía sufrimos las secuelas: trabajadores en la pobreza, colas del hambre, populismo político a borbotones... Mientras unos se han estancado, en los últimos años la banca ha apostado por la digitalización radical. Ahorradores de toda la vida que nunca debieron un euro ni levantaron una queja se ven obligados, a sus años, a operar con un smartphone. Y empleados de toda la vida, que nunca faltaron un día, a echar a sus clientes a empujones al cajero. Los grandes bancos fueron cargándose su red de oficinas porque no eran rentables, como tampoco lo es la estación de tren de Feve en cualquier parroquia pequeña de Ferrolterra u Ortegal, o cualquier centro de salud de aldea. Ahora, a pesar de sus beneficios, los bancos aprovechan que el Pisuerga de los eres pasa por el Valladolid del covid. Saldremos mejores, nos repetíamos cuando estalló la pandemia. Quizás los que mueven los hilos de la banca pensaban algo parecido en apariencia, pero distinto en el fondo. Saldremos. Nosotros. Otra vez. Como dijo Mark Twain, el banquero es ese señor que nos presta el paraguas cuando calienta el sol y nos lo quita cuando empieza a llover.