El Gobierno comunica a Bruselas que todas las autopistas y autovías serán de pago a partir del 2024. Medida discutible, a la que opongo serias objeciones, pero similar a la adoptada en algunos países. El Gobierno añade que, posteriormente, extenderá los peajes a todas las carreteras del reino. Y esto ya no me parece motivo de polémica ni causa de indignación, sino una auténtica estupidez. Sencillamente porque ese peaje ya existe y ningún usuario de la red viaria se libra de él: se llama impuesto de hidrocarburos y nos lo cobran cada vez que repostamos combustible en la estación de servicio. Pero antes de fijarnos en esa figura tributaria, veamos las razones que se esgrimen para generalizar los peajes.
Se trata, nos dicen, de que las carreteras -su construcción, conservación, amortización...- las paguen quienes las usan en vez de todos los contribuyentes a través de los Presupuestos. Y que paguen más los que gastan más rueda y asfalto y quienes más contaminan. Planteamiento falaz desde el principio. Primero, porque las carreteras libres de peaje benefician a todos. También al abuelo que no tiene coche: cuando el nieto o un taxi lo llevan al médico, o cuando acude a la tienda para llenar la cesta de la compra, esos servicios y bienes se encarecen si aumentan los gastos de transporte. Y segundo, la factura de las carreteras ya recae en la actualidad sobre los usuarios de la red viaria. No sé si toda o en gran parte -no tengo ganas de echar grandes números-, pero juraría que toda, a la vista de que incluso contribuyen a sostener el sistema nacional de salud con su «céntimo sanitario».
¿A cuánto asciende el «peaje» existente? Si usted posee un automóvil de gasolina, cada vez que se para a repostar paga de impuesto 43 céntimos por litro de combustible. Si consume un diez por ciento, 4,3 céntimos por kilómetro. Si pisa el acelerador o tiene un automóvil más potente, consumirá más, contaminará más y pagará más por cada kilómetro. Y al revés: un utilitario de menor consumo y menos contaminante, pagará menos.
Así pues, el peaje generalizado ya existe. Y responde a idéntica filosofía -que pague más quien más utiliza el automóvil y quien más contamina- del que se nos anuncia. ¿Qué se pretende, entonces? ¿Duplicarlo? Dígase la verdad: no se trata de cambiar el modelo, lo que supondría devolver a los contribuyentes lo que vamos a cargar a los usuarios, sino de recaudar más. Lo cierto es que, cuando salgamos de esta, gobierne quien gobierne, subirán los impuestos. De eso se trata, en definitiva.
Pero si se trata de eso, no se entiende la ocurrencia de duplicar el peaje, montar una costosa logística para cobrar el nuevo y alimentar la justa indignación de los usuarios. Fíjense. El Gobierno sugiere que el nuevo peaje, solo en autovías, será de un céntimo por kilómetro. Con una subida similar del impuesto de hidrocarburos, la recaudación se duplica con creces, porque el peaje actual se extiende a toda la red viaria. Y quizás, aunque a la gente le disgusta toda subida de impuestos, se rebajaría el nivel de indignación.