Batiburrillo nacional

Carlos G. Reigosa
Carlos G. Reigosa QUERIDO MUNDO

OPINIÓN

Javier Lizon

31 may 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Es consciente el presidente Sánchez del batiburrillo que se está montando en esta España nuestra, en la que empiezan a manifestarse hartazgos y distanciamientos quizá ya no fáciles de atajar o reencauzar? Porque, ¿qué va a hacer para frenar el rencor o el odio que se desliza por la boca de algunos políticos -y no solo políticos- que ponen en duda la unidad de España y otras consideraciones o principios sencillamente básicos para la convivencia? ¿Qué nos está pasando para que, de repente, todo esto parezca un despropósito de difícil enmienda?

Algunos dirigentes sanchistas tratan de atiborrarnos de argumentos tranquilizadores, como si en verdad tuviesen una solución para todo. Es decir, una solución segura (?) para lo de Cataluña, otra para el lío de Marruecos (la crisis de Ceuta), y un montón más para la larga lista de sorpresas con las que nos desconciertan casi a diario. Dijo el francés Víctor Hugo que «entre un Gobierno que lo hace mal y un pueblo que lo consiente hay una cierta complicidad vergonzosa». Y quizá algo de esto nos está ocurriendo a nosotros en este trance histórico.

Tenemos muchos frentes abiertos y, al parecer, pocas expectativas de grandes aciertos en la solución de los problemas que se nos acumulan. No se trata de militar en el pesimismo, sino en la crítica constructiva. Pero ¿hay alguien dispuesto a escuchar y actuar en consecuencia? Deberían de saber que, aunque no se lo crean, el pueblo ya está hablando. Y las críticas crecen. Y los resultados de las encuestas ofrecen novedades, es decir, variaciones.

Estamos en pleno batiburrillo y no es cuestión de pontificar al respecto. Pero sí que es el momento de preocuparse por nuestro futuro (es decir, por nuestro porvenir, no por el de Sánchez o el de Pere Aragonès, por citar solo dos). Los españoles vivimos en un enredo político interior y por eso nos sorprenden tantas cosas. Ni siquiera la retirada de Pablo Iglesias y su consiguiente silencio ha bastado para que Sánchez centre su discurso y piense en algo más que en su propio futuro. En estas expectativas nos movemos, absortos y aturdidos.