Uno de los neologismos del progreso se refiere al envejecimiento de materiales por uso y antigüedad como obsolescencia programada. Es ese momento en el que la lavadora, el móvil o la tele dejan de funcionar correctamente porque el proveedor quiere forzar la renovación de la pieza y estimular el consumo. Cierto que Pedro Sánchez, en los tres años que lleva en la Moncloa, ha ido cambiando piezas casi desde el primer día: desde Máximo Huerta, que duró una semana, a Pablo Iglesias, que se le fue a Madrid sin avisar.
Pero ahora, el bautizado en su día como Gobierno bonito parece haber entrado en esa obsolescencia programada: Carmen Calvo no para de meter la pata con su habitual locuacidad y feminismo exacerbado, además de sus enfrentamientos con Iván Redondo por el honor de ser la mano (izquierda, que lo de la derecha está mal visto) del presidente. A Ábalos le ha estallado el Delcygate, el Plus Ultra y hasta un viaje familiar a Canarias. Grande-Marlaska sufre el choque con la Guardia Civil y sus rifirrafes con Margarita Robles, que a su vez es señalada por ser la ministra favorita de la derecha. Laya se ha calcinado políticamente con el Sáhara y con su incapacidad para que Biden llame de una vez -van cinco meses- a Sánchez. De Garzón no sabemos nada en la disparatada subida de la luz. De Castells supimos que cogió vacaciones nada más jurar el cargo y, desde entonces, poco más. Duque fracasó en su intento de marcharse a la Agencia Espacial Europea y Reyes Maroto ni siquiera pudo desembarcar en Cibeles de vicepresidenta de Ángel Gabilondo, como prometieron ambos en la campaña del 4M. Irene Montero tampoco ha conseguido sacar sus leyes estrella y solo aparece en las polémicas.
Además de Marlaska y Robles, también están abonados a las polémicas internas José Luis Escrivá, que no ha conseguido poner en marcha a pleno rendimiento el Ingreso Mínimo Vital y tiene encallada la reforma de las pensiones, otra de las patatas calientes del mandato. O Isabel Celaá, cuya ley de educación ha servido para ganarse reproches entre aliados y enemigos del PSOE. Tampoco el titular de Justicia, Juan Carlos Campo, puede presumir de una hoja de servicios a la altura del cargo. La parálisis judicial se ha agravado con la pandemia, y la política de trincheras ha dinamitado la renovación de cargos en un poder que se supone debería ser imparcial y ajeno a la batalla partidaria.
La lista de candidatos al cambio parece inagotable. Pero esta será solo la primera revolución de Pedro Sánchez. La segunda llegará con la ruptura de la coalición cuando empiecen a sonar con fuerza los tambores de una cita con las urnas que todos intentan diferir para el 2023 con más ganas que argumentos a favor.
Sánchez ha establecido un sistema muy presidencialista, donde su equipo más cercano acapara todo el poder, lo que resta eficacia a un Gobierno que se presumía solvente y que se ha quemado en unos pocos meses por la falta de una hoja de ruta clara y la sucesión de desgracias. La obsolescencia no estaba programada, pero ha llegado ya.