Semblanza de Lorenzo Varela

Fernando Scornik Gerstein TRIBUNA

OPINIÓN

ALBERTO LÓPEZ

07 jun 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Toda Galicia no cabe en un poema. Ni tampoco cabe Lorenzo Varela. Su humanidad, su hombría de bien, su sutil y extraordinario talento supera la herramienta dura de la escritura a la que siempre falta el calor que solo da la presencia humana. 

Podemos aproximarnos a su presencia. No podemos crearla íntegramente, ni quizás dibujarla, solo dar un tímido bosquejo.

Lorenzo era un hombre de extraordinaria inteligencia, pero con ideas clavadas en el mundo en que vivía, en cuyos avatares participó íntegramente.

Fue para mí un padre y un amigo a quien pedir consejo en los momentos más difíciles, consejos que siempre daba con tacto y con prudencia. Acudía a él tanto por temas personales como políticos.

Lorenzo tenía una gran comprensión por las debilidades humanas y un sensible respeto por las ideas ajenas.

Su casa en Buenos Aires, donde vivía con mi madre, era un oasis de placer intelectual. Muchos iban a pedirle consejo. Siempre los daba, a veces contrariando a su propia ideología. Era un hombre de izquierda, pero su izquierda era la más amplia y sensible que he conocido nunca.

Su gran amigo fue Luis Seoane, pero a su casa concurrían otros españoles notables: Rafael Alberti, María Teresa León, Rafal Dieste, Ramón Baltar, Arturo Cuadrado y muchos otros. En su casa, que era también la mía, conocí en una velada memorable a León Felipe.

También lo consultaban poetas y escritores argentinos. Fue muy amigo de Ernesto Sabato, pero nunca conoció personalmente a Borges, a quien consideraba ante todo un gran poeta.

Muchas de las cosas en que seguí su consejo me ayudaron para toda la vida, algunas veces los daba con extraordinaria perspicacia.

Cuando fundé con otros amigos una organización para combatir el movimiento fascista Tacuara, él me sugirió poner a nuestra organización el nombre criollo de Facón, que tuvo gran trascendencia pública. No era una sigla como muchos creyeron, sino el ejemplo del cuchillo gaucho que enfrentaba a la primitiva Tacuara indígena.

Luego, después de muchos avatares, hubo que decidir mi posible viaje a España. Lorenzo no dudó: yo debía irme, mi vida corría peligro en Buenos Aires. Así lo hice.

Lo volví a ver en Madrid en 1976. Con su habitual visión política me señaló a Adolfo Suárez como el hombre que podía llevar adelante la transición antes de que otros lo vieran. Fue la última vez que lo vi con vida. Me queda la imagen galaicoargentina de un inolvidable, generoso y espléndido poeta.