Ligero de equipaje

Luis Ferrer i Balsebre
Luis Ferrer i Balsebre EL TONEL DE DIÓGENES

OPINIÓN

Óscar Cañas

04 jul 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

En tiempos de estabulamiento y privación de libertad asiste lo viajado. Los viajes realizados se engrandecen y ganan en color y emoción, en las conversaciones de amigos se recrean periplos de antaño y todo el mundo siente el calor de las pirámides o el perfume de Benidorm. Somos nómadas de origen y nos gusta recorrer el mundo.

Entre relatos viajeros surgió el tema de lo engorroso de las maletas que siempre llevan mucho más de lo que se necesita y ocupan un montón; cometí la imprudencia de contar que jamás viajo con más de una trolley pequeña y la suelo traer más vacía que la llevé. La cara de asombro del auditorio me alertó de que algo raro había dicho y hecho.

Dos pantalones, dos camisas, cuatro camisetas, dos pares de calcetines cuatro gayumbos, un jersey, algo de bonito y el resto intendencia viajera, cargadores, neceser, ipad y botiquín. Si uno además se las ingenia para meter en la maleta solamente ropa prejubilada y jubilarla del todo por esos mundos de dios, entonces, se consigue la proeza de asombrar a los amigos.

A mí me resulta muy cómodo viajar así, si bien no he sido viajero de tiempos largos que, me figuro, deben requerir de mucha más intendencia y glamur.

Viajar tan ligero de equipaje tiene sus ventajas pero también sus riesgos como perderla, que no quepa algo importante o dejarla para la posteridad con el olor a ese queso tan rico que trajiste de alguna tierra extraña.

Lo que me hizo dudar fue el hábito de abandonar la ropa caducada por sitios lejanos; verdaderamente, es ir dejando un rastro, una especie de baba existencial en cartas de embarque, un efímero grafiti personal que pudiera seguir algún sabueso impertinente y cabezón.

Viajar abandonando prendas amortizadas -pensé- es ir dejando rastros y restos de uno mismo, pero nada muy diferente a colgar candados en los puentes, arrojar monedillas a los pozos, sobar reliquias milagreras o taracear corazones en árboles exóticos.

Tiene también el inconveniente de que muchas veces, la ropa abandonada se resiste a abandonarte y varias veces he tenido que batallar con amables hoteleros que me inundaron de correos solicitándome un dirección donde enviarme las botas, las camisetas o los pantalones repudiados urbi et orbe.

Me figuro que la buena gente que recoge mis rastros debe de poner la misma cara que mis amigos e incluso, considerarme un desalmado por abandonar la camiseta de Batman en Cracovia o el pantalón en El Cairo.

Aún con todo, sigo encontrándole sus ventajas, mucho más que sufrir el suplicio de carretear maletones imposibles y tener que volver a lavar y planchar una intendencia que no me puse.

Que lle queren.