Final de la era Merkel. Estrepitoso desplome electoral de los democristianos (CDU).Triunfo por la mínima de Olaf Scholz, después de una década de derrotas consecutivas de los socialdemócratas (SPD). Constatación irrefutable de que, en las coaliciones de gobierno, el socio minoritario no siempre pierde. Subida de verdes y liberales, retroceso de la extrema derecha. Alemania, con una larga experiencia en coaliciones bicolor, se dispone probablemente a inaugurar un gobierno tripartito. Incertidumbre en Europa: la locomotora acaba de perder a la maquinista que la condujo en los últimos dieciséis años y aún no está claro quién la relevará.
A Angela Merkel nadie le discute su condición de líder. Auctoritas y potestas, que recordaba aquí uno de sus más entusiastas hagiógrafos. Por lo demás, como el supuesto cadáver de Groucho, perdone que no me levante: ni ante los aplausos de unos, ni ante los silbidos de otros. Si yo fuera alemán, tal vez me inclinaría por los primeros. Alguien escribió que Merkel dedicó sus cuatro mandatos a tapar agujeros. Y lo hizo con ahínco y solvencia. Alemania sorteó mejor que otros los tres grandes socavones globales de este siglo: la crisis financiera del 2008, la crisis de los refugiados del 2015 y la crisis del covid en el 2020. El país tiene menos paro -roza el pleno empleo- y mejores salarios que en el 2005, aunque también crecieron las desigualdades. Y la canciller acometió, en ese tiempo, una serie de reformas más propias de la izquierda que de la derecha: creación del salario mínimo, abolición del servicio militar obligatorio, supresión gradual de la energía nuclear, implantación del matrimonio homosexual, apertura de las fronteras a los inmigrantes, eliminación del copago sanitario, aislamiento de la extrema derecha... Medidas impensables en una derecha a la española.
Pero como no soy alemán, sino europeo, me interesa mucho más su papel como directora de facto de la Novena Sinfonía. Y aquí, mi juicio tiene que ser necesariamente ambivalente y salpicado de matices. Porque hay dos o más merkeles en estos dieciséis años. Está la Merkel del austericidio, que somete a draconianos recortes y rebajas salariales a los países del sur, a la que se refería Sigmar Gabriel, lider del SPD, en el 2013: «Europa se encuentra en caída libre por el ayuno curativo que Angela Merkel está imponiendo». Y está la Merkel que, en la crisis del covid, abraza las tesis keynesianas, suspende las reglas fiscales, impulsa los fondos de recuperación y promueve una salida unitaria y solidaria a la crisis. La que ayer anatemizaba los eurobonos y la que hoy acepta mancomunar la deuda. La que bloqueó la unión bancaria y la que se opuso a la expulsión de Grecia del euro. La que controlaba el BCE con mano de hierro, tal vez por el atávico miedo alemán a la hiperinflación, y la que permitió a Mario Draghi salvar el euro con frase célebre. Dos etapas simbolizadas por sus respectivos ministros de Finanzas: Wolfgang Schaüble y Olaf Scholz, el halcón de ayer y el vicecanciller victorioso que se propone inaugurar la era post-Merkel.