Consideradas un fruto seco, su composición es similar a la de los cereales. Presentan hidratos de carbono, inulina (fibra con efecto prebiótico), arginina, vitaminas del grupo B, C, A y E y minerales como el magnesio, hierro, calcio y potasio, entre otros. Aportan 195 kilocalorías por 100 gramos, aproximadamente.
Pueden resultar indigestas y producir gases, siendo recomendable para mejorar su digestibilidad el evitar comerlas crudas o verdes. Es preferible cocerlas con anís, hinojo, cúrcuma o jengibre fresco, masticarlas bien y no beber agua al mismo tiempo.
Debe optarse por aquellas de aspecto sano, piel tersa, sin manchas ni agujeros, y firmes al tacto, conservándolas en un lugar seco y ventilado, sin cubrir con plástico (mejor en una cesta, saco o tela).
Son muy versátiles, desde el aperitivo al postre, pudiendo combinarse con vegetales (calabaza, setas, calabacín, cebolla, puerros, brécol, cardo, col o judía) y aliñarse con ajo, romero, pimentón, orégano, cilantro, jengibre, comino o hinojo para elaborar puré, cremas vegetales o como guarnición. Además, se puede hacer sopa o potaje, rellenos de aves, salteados con legumbres, arroz, pasta o quinoa y recetas dulces como flan, marrón glasé, mazapán, galletas o bizcochos.
Admiten numerosas técnicas culinarias como la cocción en olla o microondas, asado en el horno o elaboración de harina para tartas y bizcochos. Para asarlas deben mantenerse a remojo quince minutos previamente para que resulten más jugosas. Al agua se puede añadir sal o licor. Se encuentran en diferentes puntos de venta frescas, peladas y cocidas al natural, secas, al vacío, en almíbar y congeladas, existiendo numerosos productos elaborados con castañas como el marrón glasé o la mermelada.
Son adecuadas para niños y deportistas, pues sus hidratos de carbono complejos aportan energía de alta calidad. También en dietas de control de peso, por su efecto saciante que reduce el picoteo entre horas. No renuncie a su consumo porque son muy saludables.