¿Qué les falta a Sánchez y Casado?

Gonzalo Bareño Canosa
Gonzalo Bareño A CONTRACORRIENTE

OPINIÓN

Eduardo Parra | Europa Press

16 dic 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Esta semana se han sucedido en el Congreso dos episodios que me han hecho reflexionar sobre los motivos por los que la política y el parlamentarismo español se encuentran en sus horas más bajas en 43 años de democracia. Uno fue la comparecencia de Mariano Rajoy ante la comisión Kitchen, y otro el agrio intercambio de golpes de ayer entre Pablo Casado y Pedro Sánchez, que culminó con el líder del PP preguntándole al presidente del Gobierno «qué coño» tiene que pasar en España para que asuma alguna responsabilidad. Una expresión soez que el propio Sánchez ya había utilizado en su día contra Rajoy.

Mi conclusión es que nuestros políticos actuales tienen una carencia absoluta de sentido del humor, ingenio, naturalidad y capacidad para la ironía. Y menos aún para la empatía. Virtudes que adornaban, por ejemplo, al propio Rajoy o al socialista Alfredo Pérez Rubalcaba, cuya comparación con lo que tenemos hoy es sencillamente deprimente. En Sánchez y Casado todo, incluso ese «coño» y esa sonrisa forzada del presidente, suena falso, impostado e innecesariamente desagradable. Algunos confunden la seriedad con el mal humor, la responsabilidad con la ira, la contundencia con el ataque personal y el tener razón con gritar mucho.

Más allá de lo que cada uno piense sobre su responsabilidad en el caso Kitchen, Rajoy dio el lunes, sin levantar la voz, una lección de veteranía y talante a un Gabriel Rufián que fue a por lana, montando uno de sus shows habituales con descalificaciones ad hominem para acorralar al compareciente, y salió trasquilado y haciendo el ridículo, despachado sin ira con dos ironías y algo de retranca.

Rubalcaba y Rajoy fueron dos rivales políticos temibles, y así se lo reconocían uno al otro. Pero nunca perdían las formas. Preferían el humor o la ironía al insulto o la demagogia, sin perder por ello contundencia política. Y tenían, ante todo, capacidad para ponerse en el lugar del otro. Empatía. Sus duelos de ingenio en el Congreso son legendarios. Pero después de liarse a zascas en el Parlamento eran capaces de colaborar con sentido de Estado. En momentos tan difíciles como los actuales, dialogaban en privado. Una vez se reunieron cuatro horas en la Moncloa comiendo setas y chuleta de Ávila —y probablemente hablando del Real Madrid— mientras intentaban llegar a acuerdos. En otra ocasión, Rubalcaba tuvo que explicar a quienes no lo entendían por qué pactaba la política europea con Rajoy tras haber pedido su dimisión por el caso Bárcenas. Había dos opciones, dijo: pasarse la legislatura pidiéndole que se vaya, o buscar pactos de Estado. «Yo he optado por lo segundo», concluyó. Y cuando Rubalcaba meditaba dejar de liderar el PSOE por sus malos resultados, Rajoy no se dedicó a machacarle, sino que trató de convencerle de que no lo hiciera.

Nadie puede imaginar a Sánchez y Casado haciendo cosas así. Capacidad para igualar la talla política y parlamentaria de sus predecesores está claro que no tienen. Pero al menos podrían aprender de su talante.