Cómo sufrir mejor

Florencia Lafuente COMUNICADORA Y CONSULTORA EN BIENESTAR Y FELICIDAD BASADA EN LA PSICOLOGÍA POSITIVA

OPINIÓN

30 dic 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Al igual que un buen artista, todo espectador que se precie debe saber sufrir. Al final, una obra de arte solo se consuma cuando el observador la admira y la hace propia.

Desde La Piedad de Miguel Ángel, hasta la columna rota de Frida Kahlo, pasando por la poesía de Rosalía de Castro y algún tango de Gardel, el arte nos ofrece consuelo, complicidad y hasta respuestas a las grandes preguntas de la vida.

Como dice el filósofo Alain De Botton, «el arte hay que usarlo como terapia». A través de él nos permitimos ser humanos, reconocemos nuestros defectos, recordamos valorar lo bueno y aliviamos el peso de nuestra existencia al entender que no estamos solos en nuestro sufrimiento.

El arte puede ayudarnos a encontrar propósito en el día a día. Una noche en la ópera con Rodolfo y con Mimí puede inspirarnos a retomar nuestro heroico ideal de una vida bohemia, cuando menos por un rato. El pensador de Rodin puede recordarnos que pensar libremente requiere un compromiso en cuerpo y alma. Y el ensayo Autosuficiencia, de Emerson, exhortarnos a evitar la conformidad y a seguir nuestras propias ideas, aunque sea mientras conversamos con un vecino en el pasillo.

Después de todo, nuestras pequeñas luchas cotidianas también nos hacen miserables. Un dolor persistente en la cintura, la ilusión de una cena transformada en un disgusto, una llamada que no llega. Haríamos bien en aprender a consolarnos.

Una manera posible de liberar nuestros dolores es usar el arte como pañuelo de lágrimas. «El arte nos ayuda a hacer catarsis», dice De Botton. Quizá, contemplando por Internet el paisaje apocalíptico de Antony Gormley y sus cien esculturas humanas clavadas en la arena en Liverpool, dejemos de victimizarnos por nuestra soledad. Hay cosas peores; mejor sería elevar esa emoción hacia una causa más noble, como aliviar la soledad de otros.

Siguiendo las sugerencias de De Botton, podrías montar una exposición de arte en el living de tu casa o la oficina, pero, en lugar de reunir las obras que te gustan por corriente, año o autor, hacerlo en torno a una emoción particular. Por ejemplo, ya que la hemos mencionado, la soledad.

¿Cómo sería una muestra que nos ayude a procesar la soledad? Podrías deleitar a tus invitados con el intermezzo de Cavalleria Rusticana, de Pietro Mascagni, y sufrir juntos por el amor y el desamor. Exponer láminas de Edward Hopper como La Autómata o Casa junto a la vía del tren, y conversar sobre por qué la vida moderna puede aislarnos tanto y ser tan solitaria. Proyectar Perdidos en Tokio y reflexionar sobre el valor y significado que podemos darle a nuestra vida en las diferentes etapas. Y quizá cerrar con el poema Ausencia, de Borges, y preguntarse, como él, cómo esconderse de la ausencia que puede ser como un sol terrible y sin ocaso, que brilla definitivo y despiadado.