Y ahora venden la casa de Ramón Piñeiro en Láncara. ¿Quién la comprará, qué respeto tendrá por ella? Yo visitaba su buhardilla en Compostela. Siempre me recibía junto a su mesa camilla. Entraba la luz suave sin prepotencia a través de unas cortinas. También era así, sin prepotencia y suave. Hablábamos tranquilamente de la filosofía y de la vida.
A veces me reprendía por mis vehemencias, pero sabía captar lo que yo decía. Una vez él dijo: la verdad es relativa, etcétera. Y yo contesté: la verdad no es relativa, es relativo lo que decimos nosotros sobre ella. Y después me dedicó un libro: «Para Costa Gómez, que sabe fundir no seu espíritu a vivencia poética coa inquietude filosófica».
Hablaba de la saudade, decía que la saudade era una experiencia reveladora y esencial. Que tenía una validez filosófica. La saudade era el sentimiento de singularidad ontológica, de que cada uno está solo ante el universo.
La personalidad inclasificable de cada uno está hecha de espíritu y vida, de contrarios de todo tipo. Y por eso saudade significa libertad. La libertad es la forma más profunda de ser uno mismo. No le gustaban los encuadramientos rígidos ni los simplismos. Mostró esas ideas en Filosofía da saudade, que reúne varios ensayos.
Exploró el tema en los poetas gallegos y portugueses. En los trovadores antiguos y en Rosalía de Castro. Llegó a la conclusión de que la saudade era eso que nos revelaba. Como la Inquietud nos revela según Heidegger. Como el ansia de absoluto según Fichte y los idealistas. Pero los gallegos sabíamos preservar mejor nuestra intimidad.
Eso lo sabía él, se sentía saudoso y libre. Tenía en su mesa camilla la redondez y la soledad. Desde su camilla sentía el mundo entero y se sentía a sí mismo ecuánime e inclasificable. Su lucidez era su ecuanimidad. Y la mostró tan ponderada y abierta en Olladas no futuro.
Una vez estuvo como profesor en la pequeña universidad de Middlebury en los bosques de Vermont. Con sus hojas de arce de colores tan libres, como las vio Robert Frost. También Frost vivía algo de la saudade en su poema El camino no tomado. Qué pena no poder elegir los dos caminos.
Jovenzuelos simplones lo rechazaban con sus simplismos fanáticos, pero él estaba mucho más que ellos en la vida. Él sabía que la vida es más ancha y contradictoria. Una vez un muchachote imbuido de ideología barata, hablando del siglo XII, le ladró que la burguesía centralista oprimía al pueblo gallego. Piñeiro le recordó que en el siglo XII ni había burguesía ni había centralismo.
Desde su mesa camilla conectaba con el mundo entero. Una vez me dijo que no conocía a Sabato pero habló con Borges cuando viajó a Santiago. Y Borges hablaba del Aleph. Para mí el Aleph era la camilla, aunque menos pretenciosa. Y menos abstracta y más cálida. Desde allí sus ojos contemplaban el mundo entero y no pretendían cuadricularlo. Y sentía la saudade y sentía la libertad. La luz entraba suave a través de los visillos y no cuadriculaba la vida con conceptos.
Años después pasé casualmente por la casa donde nació en Láncara. Le pedí a una familiar que me dejara entrar. Admiré con fervor cada mueble, observé con intensidad todos los espacios. No me podía creer que aquel hombre tan vivo y tan ponderado hubiese muerto. Él nunca supo cuánto lo admiré.
Antonio Costa Gómez (Barcelona, 1956) es escritor.