Para un columnista semanal como un servidor, a veces se acumulan tantos temas, o hay temas que tienen tanto peso, que surge la tentación de hablar del tiempo en Alpedrete. Eso me pasa a mí hoy, que tengo que meter en un cajón a Putin, y dejar encauzadas a Rocío Carrasco e Isabel Díaz Ayuso, que saben defenderse solas. Y he decidido, porque tengo un cabreo del doce, alzar la voz contra el belga Charles Michel, presidente del Consejo de Europa, cuyas reacciones ante las humillaciones a las que es sometida Ursula von der Leyen —esa sonrisita divertida y esa pasividad— nos ofenden a los millones de ciudadanos a quienes representa.
El ministro de Exteriores de Uganda, Jeje Ondongo, no quiso engañar a nadie y aclaró de inmediato su verdadera naturaleza: yo, señores, soy un payaso. Anteriormente lo de Erdogan, un sátrapa machista, no hacía más que enfatizar su postura hacia los derechos de las mujeres, el desprecio que siente hacia su propia madre, hacia su mujer y sus hijas. Pero, ¿y el belga? ¿De qué se ríe? Todos hemos visto cómo contemplaba junto al musulmán (esa religión en la que cuando alcanzas el paraíso recibes una cuantas huríes para dar rienda suelta a los impulsos de la carne) a la presidenta de la Comisión, para la que no había silla con los hombres (ni, como mujer, sitio en el paraíso), en lugar de ir a sentarse junto a ella.
A Jeje, Emmanuel le llamó la atención. Creo que alguien tendrá que llamar la atención a Charles y, si fuera posible, cambiarlo por Macron.