Si el mundo está loco, no añadas caos

Gonzalo Bareño Canosa
Gonzalo BAreño A CONTRACORRIENTE

OPINIÓN

JULIEN WARNAND | Efe

25 mar 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

Es cierto que, si el mundo parece haberse vuelto loco desde que comenzó el siglo XXI, a España, además de pagar su parte alícuota en la factura, le han tocando raciones extra de desgracia. Al mayor atentado terrorista de la historia con el ataque a las Torres Gemelas de Nueva York en el 2001; la devastadora crisis financiera internacional del año 2008; el advenimiento de una ineptocracia en grandes países como Estados Unidos (Trump), Gran Bretaña (Johnson) o Brasil (Bolsonaro); la explosión de una terrible pandemia sanitaria y el inicio de una guerra impensable, que amenaza incluso con un apocalipsis nuclear, nuestro país ha ido sumando sus propios desastres. Naturales y políticos.

Entre ellos, la erupción de un volcán en La Palma con una capacidad destructiva superior a todas las registradas en siglos; el estallido irracional de un independentismo radical en la región más próspera del país, rematada con un golpe desde el poder y una declaración de independencia medida en segundos; una quiebra política autóctona con el agotamiento del modelo político surgido de la Transición y el fin de un sistema bipartidista que aportó estabilidad durante décadas. Y hasta su propia crisis institucional, generada por un jefe del Estado que pasó de ser una figura venerada por una gran mayoría de los españoles por su papel en la llegada de la democracia a ser un apestado por sus inaceptables comportamientos fiscales, su pasión desaforada por el dinero y su disoluta vida privada cuajada de excesos, mientras desde la Corona se pedían sacrificios y ejemplaridad a los españoles. Algo que algunos aprovechan para cargar al nuevo rey las tropelías de su padre, con el único objetivo de provocar un cambio de régimen.

Todo ello es cierto y resulta casi hasta entendible que Pedro Sánchez recite compungido su retahíla de desgracias y eche balones fuera cada vez que alguien le reprocha la caótica situación económica y social del país. Pero un jefe del Ejecutivo no puede ofrecer la penosa imagen de parálisis, de procrastinación y de estar sobrepasado por los acontecimientos que está dando Sánchez en un momento crítico. Entre otras cosas porque, como sucede en la guerra de Ucrania, desgraciadamente lo más probable es que todavía nos quede por ver lo peor de esta crisis.

Sánchez no puede eludir su responsabilidad en lo que sucede porque, si en tiempos de desolación conviene no hacer mudanza, en tiempos de locura internacional no procede hacer experimentos. No era desde luego el momento de un bandazo en el eterno conflicto con Marruecos. Pero menos, de hacerlo torpemente, improvisando, de espaldas a la oposición, fracturando tu Gobierno y ocultándoselo a Argelia, país del que, en plena crisis energética mundial, dependemos absolutamente. Y cuando la calle estalla y lo que se necesita es una reedición de los Pactos de la Moncloa, tampoco es lo más sensato despreciar el consenso con la oposición e insultar a quienes protestan. Si el mundo se vuelve loco, trata de aportar algo de serenidad, de consenso y de cordura. Pero procura no añadir aún más caos.