Leyendo a los que saben, vemos cómo Occidente, débil y complacida con su buena vida, ha ido alimentando a Putin. Jonathan Littell nos explica cómo hace 22 años Putin llegó al poder gracias a una cruel guerra. Agosto de 1999, fue el único que se atrevió a invadir Chechenia. Vengó la derrota del 96 y borró del mapa a un acabado Yeltsin. Aplastó Grozni. Le costó años, pero ganó con la misma estrategia que ahora. Destruir las ciudades. Cobrarse civiles hasta acabar con el enemigo. Más adelante lo haría en Alepo, como ahora intenta ese plan infame con Kiev, con Mariúpol, con Leópolis. Tras Chechenia, llegó Georgia. 2008. Solo cuatro meses después de que la OTAN prometiera abrir una vía de adhesión a Ucrania y Georgia, Putin fue a por Georgia. ¿Les suena? Invadió el país en cinco días. ¿Les continúa sonando? Occidente protestó y pasó página. Seguíamos alimentando al criminal de guerra.
Llegó el 2014, una revolución en Ucrania desalojó al presidente prorruso. Respuesta de Putin, la de siempre. Guerra. Anexionó Crimea. Esta vez nuestros ombliguistas dirigentes impusieron sanciones. Putin, sorprendido de que no pasase nada más, decidió alentar la revuelta prorrusa en el Dombás, en las dos provincias del sur de Ucrania. Tuvimos más pistas. En el 2013, Obama no había reaccionado a la utilización de gas venenoso por Al Assad y Putin se dijo: Occidente es un imperio de papeles, de palabras, de sanciones. En el 2015 se envalentonó y envió tropas a Siria. Logró una base naval y otra aérea. Utilizó Siria como campo de pruebas de la masacre durante siete años. Repitió la destrucción de ciudades, su especialidad, con Alepo.
El paso definitivo lo dio en África. Utilizó a la compañía Wagner, mercenarios, para enfrentarse a Europa en República Centroafricana, en el 2018. Luego lo hizo en Malí, de donde acaba de echar a la misión francesa que luchaba contra el Estado Islámico. Y tampoco le pasa nada. Tiene tropas en Libia para hundir los intentos de Europa para estabilizar la zona. La tibieza de Occidente ha jaleado el recorrido militar de Putin. Tibieza que se asocia con la corrupción, al aceptar el dinero de sus oligarcas en las empresas europeas.
Ahora que vemos la masacre en Ucrania a las puertas de Europa, nos asustamos. Si les quedan dudas de que hemos sido nosotros los inventores del dictador Putin escuchen a Philippe Sands: «Vimos lo que hizo en la guerra ruso-georgiana: yo fui uno de los abogados que representó a Georgia, pero el Tribunal Penal Internacional declinó ejercer la jurisdicción, lo cual me indignó profundamente. Putin captó el mensaje y decidió que Occidente no tiene voluntad de hacerle frente.
Luego hay otros factores: los elementos de profunda corrupción en países como el Reino Unido. Llevamos más de una década permitiendo que el dinero ruso entre a espuertas en el Partido Conservador. El primer ministro nombra Lord al hijo de un exespía del KGB (Evgeny Lebedev). Boris Johnson no tiene la mínima credibilidad a la hora de plantarle cara a Putin.