Andaban los Óscar necesitados de vitaminas para reanimar sus audiencias menguantes, pero el ataque de furia de Will Smith fue mucho más de lo que la Academia podía imaginar. La necesidad de espectadores parecía una razón para abonarse al negacionismo y pensar que la bofetada era de mentira, como en las películas, pero el alienado discurso del actor desmontó esa teoría. Al final nadie ganó. Él perdió su etiqueta de tipo simpático y la gala prorrogó el declive como la segunda menos vista de la historia.
En nombre del humor y del amor, se desencadenó la tormenta perfecta. Ni Smith había revelado antes sus pulsiones ni Chris Rock era sospechoso de ser insensible con el objeto de la afrenta. Hace más de una década, el cómico se vio sacudido por una pregunta incómoda de su hija. «Papá, ¿qué puedo hacer para tener buen pelo?», dijo una criatura de tres años que empezaba a interiorizar los prejuicios. Para razonar su respuesta, Rock grabó el documental Good Hair, donde exploraba cómo condiciona el cabello la vida de las mujeres negras. Entre los testimonios, el de una chica con alopecia que explicaba por qué el pelo es importante. «Nuestra autoestima está envuelta en él, es una especie de divisa para nosotras». El domingo Rock olvidó todo lo aprendido para soltar su impertinencia. Y Smith le respondió de la peor manera posible.