El lingüista y politólogo estadounidense Noam Chomsky, uno de los mayores intelectuales vivos de la izquierda estadounidense, considera necesario cambiar el mundo, pero teniendo muy en cuenta cómo es, porque «los gestos románticos no tienen sentido». Así, subrayó la paradoja de que él creció «durante la Gran Depresión, pero entonces reinaba una atmósfera de esperanza», que ahora no ve por ninguna parte.
Noam Chomsky, reconocido también como el padre de la lingüística moderna, ha asegurado que hay que cambiar el mundo, sí, pero teniendo muy en cuenta cómo es, porque las fantasías arrebatadas y las idealizaciones novelescas o sentimentales casi siempre acaban mal. En este sentido, nos recordó que, bajo la presidencia de Donald Trump, Estados Unidos sufrió «un intento de golpe de Estado blando», y criticó las reformas impulsadas por el Partido Republicano, al que tildó de «neofascista», ya que sus reformas parecían tener por objeto impedir el voto de las minorías y de los pobres.
Chomsky también ha hecho una lectura de la pandemia que casi paralizó el mundo, y afirmó que aún estamos asistiendo a unos «escenarios complejos», en los que se produce una «confluencia crítica» generada por el deterioro de la democracia, la inminencia de una catástrofe medioambiental y la amenaza de una posible guerra nuclear. Unas declaraciones que quizá se han debilitado con los aciertos en la lucha contra el covid, pero que, en cambio, parecen haber ganado crédito con la crisis de Ucrania, que enfrenta a EE.UU. y la Unión Europea contra una Rusia dispuesta a no ceder ni un palmo en lo que considera espacios destinados a permanecer bajo su tutela.
Está claro que «el cambio es la única cosa inmutable», como dijo el gran filósofo alemán de siglo XIX Arthur Schopenhauer. Pero quizá fue Steve Jobs, el osado magnate norteamericano del sector informático y la industria del entretenimiento, quien perfeccionó la idea, al subrayar que «aquellos que están lo suficientemente locos como para creer que pueden cambiar el mundo son los que lo cambian». A veces para mal, como está ocurriendo en Ucrania, por ejemplo. Quizá porque ahora los locos abundan.