Contra las ofensas de la actualidad

Xose Carlos Caneiro
Xosé Carlos Caneiro EL EQUILIBRISTA

OPINIÓN

Jorge Fuentelsaz | EFE

23 may 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

Siempre quedarán los libros. He dicho muchas veces, e insisto, que son una extensión de mi cuerpo. Un apósito. El brazo postizo que mis ojos necesitan para poder tocar el alma las cosas. Mi pasado y mi presente están llenos de libros. El pasado y el presente del mundo, también. Yo me he empeñado una y otra vez en no creer las estadísticas, y los vaticinios pésimos del porvenir novelesco, y la voz de los tahúres que pronostican desde hace años el fin de la literatura. La pandemia les ha quitado la razón. Cuando más necesitados estábamos de afectos y recogimiento, los hemos encontrado en los libros. Han subido las ventas. Las editoriales no se quejan, aunque tengan todo el derecho a quejarse (los libros son y han sido los olvidados de los gobiernos). Creo que un país próspero es aquel en que los libros y los autores tienen prevalencia. Que son cuidados y acariciados. Sucede en Irlanda, por ejemplo. Su producto interior bruto va muy ligado a la cultura. La han sabido exportar. Han abierto sus ventanas y el tiempo les ha dado la razón.

Confieso que más de una vez he sentido la tentación de alejarme de los libros. Me consumían y en ellos consumí noches, madrugadas enteras, hasta que el sol asomaba en cualquier horizonte. Quise dejarlos. Irme. Pero nunca acabé de marcharme. Porque mientras la realidad proclamaba sus verdades inaliena­bles (eso que he llamado y llamo el progreso imparable de la estupidez), ellos, los buenos libros, van gritando una verdad más hermosa. Quise abandonar los tigres de Borges, y el tiempo de Proust, y la prosa volcánica de Otero, la clarividencia de Valle, el sur americano que Faulkner ha dibujado entre mis dedos, la aventura de Cervantes, los poemas de Pound y Eliot, Quevedo, Rosalía, la heterodoxia y rebeldía de Blanco Amor, la magia de Cunqueiro... y fue imposible. Hay una ligadura que impide la huida hacia un futuro diferente. Los libros han sido y son una condena feliz de la que no puedo librarme. Ellos me han enseñado a levantarme cuando el mundo se cae, y a caerme cuando las palabras vuelan demasiado alto y no logro alcanzarlas. Ellos han citado versos cuando la soledad negaba aliento. Ellos han gritado una verdad más hermosa que esta que padecemos: personajes del espectáculo o la política o el entretenimiento encumbrados en la ordinariez. Faltan los buenos libros. Falta saber. Saber más. Sensibilidad y empatía con la cultura. Curiosidad. Ha pasado el día de nuestras letras y, con ellas, las lágrimas por Domingo Villar. Un escritor de pentagramas. Con alma. Pero no se ha ido para siempre. Quedarán sus libros. Queda la música.

Los libros, dije y digo, son una extensión de mi cuerpo. Un parapeto contra estos tiempos de frivolidad extrema. La que ahuyento mientras recuerdo a Pavese: la literatura es una defensa contra las ofensas de la vida. Ayer, hoy y siempre.