¿Están los mayores que viven y mueren en soledad abandonados por las Administraciones?

Dos millones de personas mayores viven solas en este país; los expertos reclaman mayor implicación social y de las Administraciones públicas para que reciban una atención adecuada

Día sí, día también, aparecen ancianos muertos en sus casas sin que nadie los echara de menos durante días. Expertos como Marcelino Mosquera reclaman una mayor implicación de las Administraciones públicas, pero también de la sociedad en general, para evitar esos casos de desatención, provocados, según denuncia, por fallos flagrantes del sistema nacional de salud. Otros, como Agustín Blanco, hacen hincapié en reforzar la atención preventiva a domicilio, para realizar un seguimiento de los casos más vulnerables.


Hacia una atención a domicilio preventiva

Antes de que tuviéramos experiencia directa de lo que esta palabra significa, ya llevábamos algún tiempo hablando de la soledad como una pandemia de nuestro tiempo. Una situación que afecta al conjunto de la sociedad, pero con particular intensidad a las personas mayores. Periódicamente tomamos conciencia de lo preocupante de esta situación cuando los medios de comunicación resaltan la noticia de una persona mayor que ha muerto sola en su domicilio y, en algunos casos, han tardado meses en encontrarla en tan trágicas circunstancias.

 La pandemia del covid ha reforzado aún más las dinámicas de aislamiento de las personas mayores que viven solas. Esta situación ha quedado parcialmente en segundo plano por el protagonismo absoluto que adquirieron las muertes de miles de personas mayores en las residencias, muchas veces, paradójicamente, en completa soledad en esos espacios comunitarios. También se ha hablado mucho en estos dos últimos años del incremento de la enfermedad mental ligada al aislamiento y al debilitamiento del contacto directo y no mediado por las pantallas, pero también en este caso la situación de las personas mayores ha quedado en un segundo plano respecto, por ejemplo, a la de los jóvenes.

Ante todos estos datos, resulta inevitable preguntarse cuál es y si es suficiente la respuesta de las Administraciones ante la situación de las personas mayores que viven solas. Hablamos de más de dos millones (2.009.100 en el 2019) mayores de 65 años, en su mayoría mujeres. Aunque todos los indicadores nos sitúan en los índices más bajos de soledad de Europa, es evidente que nos encontramos ante un reto de gran calado para la sociedad española y para sus poderes públicos.

Como señalan las gerontólogas Mayte Sancho y Teresa Martínez en su capítulo El futuro de los cuidados de larga duración ante la crisis del covid 19, en el informe España 2021 de la cátedra José María Martín Patino de la Universidad Pontificia de Comillas, la respuesta pública a las necesidades de cuidados de las personas mayores en nuestro país se ha focalizado en las últimas décadas en los servicios de carácter residencial, dejando infradotado y en gran medida en manos del sector informal y del sector voluntario la atención domiciliaria. Esta situación de debilidad estructural coincide en estos momentos con una de las consecuencias de la crisis generada por la pandemia: una notable caída en la lista de espera de residencias en varias comunidades autónomas y un importante incremento de la demanda de servicios de atención domiciliaria.

Nos encontramos, por tanto, ante un momento propicio para repensar en profundidad nuestro modelo de cuidados a domicilio a las personas mayores, en línea con lo que está ocurriendo en otros países de nuestro entorno. Se impone un planteamiento integral y transversal en las intervenciones (integración y coordinación de apoyos de carácter social, sanitario, comunitario y familiar) y una transición desde un modelo de atención basado en enfoques reactivos y curativos a un modelo basado en la prevención.

Autor Agustín Blanco Director de la cátedra José María Martín Patino de la Cultura del Encuentro de la Universidad de Comillas

Problemas para detectar y paliar la desatención de los ancianos

La mejora en las condiciones de vida y el aumento en la esperanza de vida han hecho del envejecimiento un fenómeno dominante en todas las comunidades autónomas y sobre todo en Galicia, lo que conduce a un aumento de la población de edad avanzada.

Estamos viendo en la prensa noticias cada vez más frecuentes de personas mayores que las encuentran solas muertas en sus domicilios sin que nadie las eche en falta.

Entre la población anciana, el 56 % de los hombres y el 72 % de las mujeres declaran sentir algún tipo de soledad, aumentando esta proporción a medida que avanza la edad.

La soledad es una experiencia subjetiva interna y desagradable que comienza cuando la red social del individuo sufre una pérdida cualitativa o cuantitativa. La soledad es diferente de estar solo o vivir solo. De hecho, una persona puede sufrir una sensación de soledad incluso en presencia de otras personas. Por el contrario, puede vivir solo y, sin embargo, no sentirse solo.

Pero los geriatras investigaron el concepto de soledad en los ancianos y la dividieron en cinco categorías, incluyendo el estado civil (ser viuda o no), estado de salud, la inmigración, ser soltera de por vida y el aislamiento social.

Por lo que se ha sugerido que varios factores podrían contribuir a la soledad entre las personas mayores, como pueden ser la pérdida del cónyuge, deterioro de la salud, la reducción de las relaciones sociales y la hospitalización.

La soledad puede causar trastornos físicos y mentales experimentados por las personas mayores. Y los estudios indican que la soledad tendrá graves consecuencias relacionadas con la salud, incluidos síntomas depresivos, deterioro cognitivo, intensos sentimientos de vacío, abandono, visitas frecuentes a médicos y peor calidad de vida. La soledad también aumenta el riesgo de suicido. Todo ello nos lleva a reflexionar sobre cómo podemos actuar sobre este condicionante de salud.

La responsabilidad de intervenir sobre la soledad y el aislamiento social no recae exclusivamente sobre el sistema sanitario, sino que también la familia, la comunidad y los servicios sociales tienen un papel central.

Nuestro sistema sanitario es una de las puertas para identificar la soledad de nuestros pacientes mayores, que tienden a experimentar problemas de salud y un deseo de compañía, lo que puede motivar una visita al médico (se debe explorar el sentimiento de soledad, la calidad de las redes sociales y las conexiones familiares).

En colaboración con las organizaciones y servicios sociales de la comunidad podemos promover actuaciones que han demostrado ser efectivas, así como el uso de las nuevas tecnologías.

Pero tenemos problemas para llevar a cabo las actuaciones sobre la soledad de nuestros mayores por el mal estado del primer nivel de asistencia que hay en nuestro país actualmente: la atención primaria.

También por la ley de dependencia, que sigue sin gastar todo el presupuesto (76 millones en el 2021), así como la burocracia y autonomías rezagadas que lastran la evolución del conjunto del sistema.

Las ciudades, que apuestan por un envejecimiento activo de sus ciudadanos, que pertenecen a una red mundial de urbes amigables para las personas mayores son las llamadas ciudades compasivas, acompañan a las organizaciones en el desarrollo de acciones de sensibilización, formación, investigación e intervención comunitaria para la activación de redes de cuidado y acompañamiento alrededor de las personas con enfermedad avanzada y sus familiares, para hacer que la persona se mantenga activa, goce de buena salud y participe en la vida comunitaria. Entre ellas, destacamos Badajoz, Guecho, Pamplona, Sevilla, Vic y Vitoria, pero falta mucho trabajo para hacer, creando más ciudades de este tipo, con implicación de los responsables políticos.

Todas ellas son medidas urgentes que deben poner en marcha nuestras Administraciones para evitar el sufrimiento y abandono de las personas más vulnerables de nuestro país.

Autor Marcelino Mosquera Pena Médico de familia y especialista en Geriatría
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