
Leo que los angloparlantes han descubierto otra adicción y la han etiquetado: doom-scrolling llaman a la pulsión de navegar por el teléfono móvil en búsqueda ansiosa de malas noticias. Lo recordé al repasar la semana antes de escribir: las muertes diarias en Ucrania, numerosas y terribles, ya no importan tanto. La crisis alimentaria global más cercana cada día. La matanza de niños y profesoras en Texas. Las dos chicas asesinadas en Pakistán («Lo que ha sucedido no tiene que ver con el islam, sino con el machismo», declaró alguien). Más violaciones en grupo, tanto verdaderas como falsas («¿Qué les pasa a los hombres?», preguntó una delegada del Gobierno). La debilidad de nuestra política exterior (peleados con Argelia y Marruecos, ignorados por Estados Unidos) o de nuestras instituciones (la Corona, el CNI, el propio Parlamento). Caí en la cuenta de que estaba haciendo doom-scrolling mental y que eso no podía ser bueno ni para mí ni para los lectores, salvo que el conjunto indique algo.
Tuve noticia también de que muchas personas oyen habitualmente voces. Voces irreales, claro. Lo supe por un psiquiatra estadounidense, muy conocido ahora, que comentaba con sorna un artículo periodístico sobre un movimiento, Hearing Voices, integrado por pacientes con ese malestar: rechazan la medicación y el tratamiento, porque estigmatiza, y piden que se reconozca su experiencia como normal. El psiquiatra dice que, en efecto, para muchos de ellos es lo preferible: no necesitan medicación y un grupo de apoyo les ayudaría. Otros sí la necesitan. Y a los casos muy graves solo se les puede aliviar con hospitalización. Pero, según él, falta sitio para tanto matiz en la mente del activista.
@pacosanchez