Alumnos excelentes: no sabían que era imposible

Carmen Rodríguez-Trelles Astruga DIRECTORA DEL IES EDUARDO BLANCO AMOR DE CULLEREDO

OPINIÓN

CESAR QUIAN

23 jun 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

La Voz de Galicia publicaba estos días una información en la que aparecía una relación de centros de excelencia educativa basándose en las calificaciones obtenidas en la ABAU (centros con once o más alumnos que obtuvieron más de un 9). Por ratio, el IES Eduardo Blanco Amor de Culleredo está situado en el segundo puesto entre los centros públicos de Galicia; y en el cuarto si computamos también los privados. Es muy buen resultado, si tenemos además en cuenta que es el único instituto de esa lista que no está ubicado en una de las siete grandes ciudades de Galicia. ¿Hay una fórmula para ello?

Todos los que trabajamos en la enseñanza buscamos mejorar los niveles de calidad. Pero cada centro tiene unas características propias y la fórmula que le sirve a uno, no le sirve a otro.

La educación reduce la desigualdad entre las personas y uno de sus fines primordiales es preparar a los alumnos para la vida adulta.

Estos alumnos que han sacado buenas notas y que se llaman «excelentes» han tenido que superar innumerables obstáculos. La diferencia es que ellos no han encontrado en el fracaso la justificación para rendirse, sino el motor para superarlo, aprendiendo de sus errores y haciéndose mejores y más fuertes. Su excelencia no está en lo que saben, sino en lo que son capaces de superar. Y en este proceso de mejora y crecimiento personal los docentes han tenido un papel esencial, animándoles a hacer el esfuerzo necesario para alcanzar sus metas. Una sociedad protectora y blanda no genera personas excepcionales, sino dependientes, vulnerables, con una baja autoestima. En definitiva, infelices.

Es también fundamental para conseguir personas excelentes el que se diseñen en los centros actividades, participando en proyectos donde los estudiantes asuman responsabilidades. Así aprenden a conocerse mejor y descubrir aquellas tareas en las que despuntan, lo que les ayuda a decidir sobre su futuro profesional. Además, este tipo de actividades favorecen la empatía y la inteligencia emocional, dos recursos esenciales para resolver conflictos y aprender a liderar.

Existe el prejuicio de que los centros que tienen excelencia educativa no son inclusivos. Pero cabría preguntarse: ¿qué mayor inclusión que tener alumnos totalmente diversos en sus características y condiciones socioeconómicas de partida, donde cualquiera puede alcanzar la excelencia?

Ahora bien, donde hay alumnos excelentes tiene que haber profesores que también lo son. Y lo son no solo por su profesionalidad, sino por su entrega, porque saben que el trabajo en equipo suma y porque comparten las mismas metas educativas, saliendo de su zona de confort para explorar nuevas alternativas, ofreciendo una educación adaptada a los cambios, innovadora, estimulante.

Cabe decir también que las familias constituyen un elemento fundamental para llegar a la excelencia, tanto por el trato diario que tienen con sus hijos como en su relación con el centro escolar. Esto les permite optimizar sus esfuerzos y conocer de primera mano todo lo que el centro hace por la mejora de la calidad educativa.

Teniendo en cuenta dónde estamos desde hace unos años, y nuestros comienzos hace veinticuatro, una frase podría resumir este tránsito: «Lo consiguieron porque no sabían que era imposible».