Nacho Lobón, el ensayo final

Eduardo Riestra
Eduardo Riestra TIERRA DE NADIE

OPINIÓN

26 jun 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

Era unos cuantos años mayor que yo, y tenía una moto de la Guardia Civil de Tráfico —comprada en una subasta con el dinero que ahorraba trabajando de noche en el aeropuerto de Barajas— que a mí me daba una envidia tremenda. A ambos nos gustaban las veraneantes madrileñas —nuestras primas o las amigas de nuestras primas—, y con ellas hacíamos hogueras para asar chorizos y cantábamos habaneras a la caída de la tarde mientras alguien tocaba la guitarra. Y el tiempo nos fue haciendo de la misma edad. Nacho entonces se volvió a A Coruña con el virus del rugbi que jugaba en la Politécnica. Y el bicho prendió, se extendió y terminó por llamarse CRAT, Club de Rugby de Arquitectura Técnica. Era terco, pensativo y amable. Se desesperaba cuando en este periódico la palabra rugby se escribía con i latina (la dictadura del libro de estilo), pero nada más. Comprendía que los padres fuesen a los partidos cuando jugaba sus hijos y que dejaran de hacerlo cuando estos se marchaban. Tenía un amigo íntimo, Beatriz, su mujer, y con ella dos hijos, Nacho, como él, y Jaime, como su hermano fallecido hace ya demasiado tiempo, que entonces andaba en una moto preciosa como la de Lawrence de Arabia. Jugador de tres cuartos, sus últimos años de vida se comportó como un pilier en la melé, noblemente, resistiendo, empujando, avanzando palmo a palmo, clavando firmemente los tacos en el barro.

El pasado viernes, Ignacio Lobón Tovar cruzaba la línea de ensayo definitiva entre los aplausos de toda su gente.