
¿Qué no es capaz de negociar el presidente Sánchez para seguir en el poder? Creo que somos muchos los convencidos de que no queda fuera de su alcance nada que pueda lograrse por esta vía, como ha acreditado en repetidas ocasiones. Quizá porque él cumple los requisitos de los buenos negociadores, quienes, al parecer, se distinguen por ser personas respetuosas y responsables, que tienen en cuenta sus intereses, que hacen valer sus posturas con argumentos y que explotan la nueva información que reciben.
Hemos visto a Sánchez hacer esto en innumerables ocasiones y casi siempre se ha salido con la suya. Y probablemente ha sido así porque no tiene un montón de propósitos, sino solo alguno muy concreto, para el que define la naturaleza propia de la negociación necesaria. Por esta vía avanza una y otra vez, con tesón y sin desmayo. De hecho, ya cabe decir que es un maestro en el arte de negociar permanentemente.
El riesgo, sin embargo, existe y se manifiesta en unos resultados desiguales, que justamente generan diferencias, discrepancias o distancias. Poco que ver, por ejemplo, entre el trato deferente que pueden recibir —y que reciben— Cataluña y el País Vasco con el que se otorga al resto de las comunidades autonómicas. Pero sí es cierto que hay que atajar y solucionar los problemas cuando surgen y no cuando ya son crónicos. Por ello, Pedro Sánchez debiera saber —o ya sabe— que la solución de los conflictos y el arte de negociarlos deben de tener preferencia, por encima de ocurrencias e improvisaciones. Es necesario cerciorarse de que la meta que se busca es la que conviene al conjunto de España. Porque siempre habrá problemas, sí, pero, justamente por ello, es necesario atajarlos ordenada y equilibradamente, para ir acercándonos a una satisfacción general.
Es evidente que se podrían llenar estas líneas con ejemplos por todos conocidos, pero no viene al caso, porque se trata de situaciones ya muy convividas entre todos. Nuestros conflictos, sin ningún tipo de duda, deben de tener soluciones justas, plausibles y oportunas, que eviten los rudos enconos que surgen a veces. Es la forma de atajar los peores enconos. Esta labor le corresponde al presidente del Gobierno y a sus ministros, responsables de tomar decisiones justas, oportunas y equilibradas. Hacer otra cosa es politiquear sin sentido.
El arte de negociar debe servir para solucionar conflictos, porque los problemas siempre estarán ahí, en el presente o en el horizonte. Lo malo es que nuestros políticos no siempre se deciden a afrontarlos con determinación, porque los intereses en juego los condicionan, y ellos mismos tienen su mirada puesta en horizontes electorales.
La realidad es que todos ellos deberían de tener presente una frase muy repetida del gran Montesquieu: «No hay peor tiranía que la que se ejerce a la sombra de las leyes y bajo el calor de la justicia». Porque en una democracia todo el mundo debe ser respetado y nadie endiosado o divinizado. Por estos buenos caminos, podremos aspirar a entendernos y hallar soluciones para nuestros problemas, con más acuerdos de los que ahora logramos. ¿O acaso esto pertenece a un mundo ideal fuera de nuestro alcance?