Las perlas como heridas

Cristina Gufé ESCRITORA, LICENCIADA EN FILOSOFÍA Y CIENCIAS DE LA EDUCACIÓN

OPINIÓN

XOAN CARLOS GIL

10 ago 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

La formación de las perlas nos hace reflexionar. A nadie se le ocurrió crear un universo en el que el dolor no se hubiera instalado a sus anchas, porque todo lo que sucede en el mundo conocido bebe dolor como el agua esencial de la que se alimenta el cosmos.

Las estrellas reflejan cierta ambigüedad, los animales marinos, los habitantes de la selva; al igual que los servicios humanos, todo bien organizado para hacerle su espacio al dolor. Acucia como el mar con la amenaza del desbordamiento, nos acompaña durante años que parecen siglos; así, entre los mantos de la buena educación, lo reconocemos como a perro rabioso, ya que sin ese malestar no nos reconoceríamos a nosotros mismos.

Las perlas lo saben. Ellas son las únicas piedras preciosas que provienen de una criatura viviente y se forman tras la herida. Los humanos comprendemos que ese ser de concha ha tenido que defenderse del parásito o del grano de arena que lo atacaba, y no lo hace disparando flechas o persiguiendo al verdugo, sino que reacciona al daño formando productos brillantes como resultado de las capas de nácar con las que se recubre. El nácar defiende a la ostra; a nosotros no nos defiende nada, a excepción del coraje nadando en las aguas heladas de la soledad. Todo es herida. La luz lastima los ojos al amanecer, los objetos rechinan en las manos cuando caen sin permiso; cientos de cosas irritan nuestra vida con su presencia material.

Nos podemos preguntar cuántas joyas conservamos en el alma, cuántas perlas caen en cascada por la espalda de nuestra interioridad si hemos de convivir con el dolor. Nos tropezamos en la calle con mujeres que han perdido hijos que se declaran muertas; con adolescentes que descubren por primera vez el abandono cuando la chica de los sueños ni siquiera se quita las gafas porque no quiere empañar su negación a través de la mirada.

La ostra crea la perla, se defiende expresando esa belleza, y para ello precisa dos, cuatro años; nosotros, quizá toda la vida para lidiar con las areniscas que nos dañan indiscriminadas entre la contención del agua que desborda plenitud en sus compuertas. Nadie ha sabido crear un universo sin dolor. El resultado es belleza. La culminación del parto es la aparición de la criatura, la muerte se envuelve en el misterio. Los humanos nos defendemos con sufrimiento y con nuestras perlas —la transformación en arte—, que se reclinan para pedirnos un perdón que no les damos, a no ser que se renueve, como el nácar lo hace, el círculo callado del olvido.